A mediados de los años sesenta del siglo pasado, en Francia surgió una propuesta sociológica que en los 70 nos sedujo a muchos jóvenes universitarios: el Análisis Institucional. Esta escuela centraba su atención en el estudio de las instituciones (hospitales, escuelas, cárceles, iglesias, etc.), y entendía a éstas no como simples aparatos reproductores de las “relaciones capitalistas”, sino como entidades dinámicas, cuya dialéctica, si bien cruzada por las relaciones de producción del capitalismo, presentaban ciertas particularidades que las hacía terreno de lucha y no dominio pleno de la burguesía.
Los autores más destacados de esa escuela: G. Lapassade, R. Lourau, M. Lobrot, proponían que la dialéctica de las instituciones comprendía tres momentos: lo Instituido, lo Instituyente y lo Institucionalizado. Lo Instituido es el status quo, la institución y sus reglas, recursos, funciones, propósitos y el conglomerado humano que en ella se relaciona y actúa. Lo Instituyente se conforma por aquellas fuerzas que pretenden producir cambios y modificar lo Instituido; si estos cambios tienen lugar, surge lo Institucionalizado, que apenas reestablece el equilibrio (Instituido), comienza a sufrir la embates de nuevas fuerzas Instituyentes. De este modo, las instituciones en una sociedad, son incluso más dinámicas que su contexto y gracias a esto, son un laboratorio ideal para observar en vivo y en directo, cómo funcionan las relaciones capitalistas, incluso en aspectos tan profundos como el inconciente de las personas.
Tras muchas experiencias de intervención socio-analítica en diversas instituciones, los teóricos del Análisis Institucional, descubrieron, en la dialéctica de las instituciones bajo estudio, un fenómeno perturbador.
Observaron que en el marco del movimiento de la institución, ésta se segmentaba en grupos que, o respaldaban lo instituido o representaban lo instituyente (cambio). En una de sus intervenciones, encontraron que un grupo instituyente, logró provocar cambios importantes en una institución, mediante diversos recursos, incluyendo una huelga que tuvo momentos violentos. Habiendo instituido modificaciones importantes, el grupo “revolucionario” comenzó a comportarse como lo hacía el grupo que anteriormente controlaba a la institución, a tal grado que la diferencia entre uno y otro prácticamente desapareció. Llamaron a este fenómeno Principio de Equivalencia y lo explicaron como una tendencia de las instituciones a nulificar las fuerzas que pretenden cambiarlas ( hacerlas equivalentes a lo establecido).
Los jóvenes que en aquellos momentos (1970-1980) nos sentíamos comprometidos con el cambio social y la lucha por el socialismo, nos preocupamos por el descubrimiento de Lapassade y Lourau. Cuestionamos la universalidad del Principio de Equivalencia porque planteaba el problema de la imposibilidad de transformar a las instituciones. Ya Gramsci había dado la esperanza de que la lucha por el socialismo no estaba sometida irremediablemente por los “Aparatos Ideológicos” del Estado (L. Althusser) y que estos tenía fisuras que permitían incluso ponerlos al servicio de la causa de la revolución bajo determinadas condiciones.
Bajo la presión de los resultados del socio-análisis, cuyos estudios mostraban que después de un cambio operaba el Principio de Equivalencia, decidimos suponer que se debía a las condiciones sociales externas, propias de países de capitalismo avanzado. Lo que salvaría a Latinoamérica de tan pernicioso principio.
Sin embargo, vimos con horror cómo operaba el Principio de Equivalencia en el mercado capitalista, convirtiendo la foto del Che Guevara en una mercancía de consumo mundial e inocuo. Pudimos constatar la forma en como los dirigentes de la Unión de Repúblicas Socialistas y Soviéticas (URSS) se habían convertido en una camarilla de dictadores. Pudimos observar la manera en como la Revolución Cubana se convirtió en su contrario, vimos la degeneración de la revolución sandinista, en fin, nos dimos cuenta de que parecía imposible negar la universalidad del Principio de Equivalencia.
Con el Movimiento Democrático de los Trabajadores de la Educación de Oaxaca (MDTEO), observamos la insoslayable vigencia de ese principio perverso: el MDTEO, terminó siendo el más formidable enemigo de la educación y la democracia.
Sin importar el tipo de gobierno, su legalidad y fortaleza democrática, la Sección XXII vela sus armas para romper lanzas contra el gobierno de Gabino Cué en abril o mayo de este año. Aparte de sus cuatro ( ahora tres) programas y un ( ahora dos) sistema(s), que no son más que una caricatura de la Alianza por la Calidad de la Educación ( ACE) de Elba Esther Gordillo, no tienen una propuesta fundada y viable para el desarrollo educativo de Oaxaca. Parece inevitable que los dirigentes de la Sección XXII y la propia CNTE, se asemejen, cada vez más, al personaje que dicen combatir.
Hoy que el norte de África y el Medio Oriente se convulsionan, espero con optimismo el triunfo de la democracia, la mejora en las condiciones de vida y de trabajo de esos pueblos, pero no deja de preocuparme que después, quienes triunfen, si sucede, comiencen a recorrer en sentido inverso la ruta tan dolorosamente andada.
Aquí, en Oaxaca, se dio la alternancia en el gobierno: Gabino Cué, demócrata declarado, juarista por convicción, comprometido con el cambio que nos conduzca a la transición democrática llegó al gobierno. Saludo con alegría el triunfo del sufragio popular y confío en que este nuevo gobierno, sepa conducirnos al progreso y nunca más suframos la tiranía de un déspota, de cualquier partido que sea. Pero algo ensombrece mi entusiasmo y es el terror que aún le tengo al viejo fantasma del Principio de Equivalencia. Espero que ahora, descanse en paz.
Juchitán, Oaxaca; 26 de febrero de 2011.
samaeldobeela@aol.com
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