Cuando hay un terremoto, una sequía y hambrunas, epidemias, o como ahora, inundaciones y derrumbes, tiende uno a consolarse pensando que las desgracias que sufrimos son inevitables,
porque la naturaleza no avisa ni distingue y arrasa a todos por igual. Pero no
siempre es así, aunque no lo parezca, la acción de la naturaleza no nos afecta
a todos por igual; por el contrario, lastima más a quienes menos tienen.
En la década de los setenta y aún después, en la de los años ochenta, sociólogos, antropólogos y economistas, al estudiar los desastres causados por terremotos, hambrunas e inundaciones, documentaron con
sorpresa, que era siempre la población más pobre la que más estragos sufría por
efecto de los fenómenos naturales. Otros patrones de afectación aparecían
cuando se comparaban raza, sexo, educación, etc.; siempre eran los
discriminados, los marginados o los menos educados, los que más daño sufrían.
Se usó entonces el término “vulnerabilidad” para referirse al
concepto que describía las condiciones
sociales de un individuo o grupo humano, que lo hacían más propenso a
sufrir desgracias, por los efectos de los fenómenos naturales, las crisis
sociales, las políticas o económicas. Se puede afirmar ahora, que ciertos
individuos o sectores de la sociedad, son más o menos vulnerables, a la acción
de eventos catastróficos y ello no depende sólo de la fuerza destructora de la
naturaleza.
Hoy en Oaxaca y en otras partes del país, podemos observar cómo las inundaciones y derrumbes provocados por el temporal, afectan más a los más pobres. Por lo regular, la posición social y económica elevada, ocasiona
que los mejores terrenos, los más productivos, los mejor ubicados, los menos
riesgosos, los adquieran quienes gozan de esa posición o aquellos que, dentro
de las comunidades humanas, controlan las relaciones de poder. Los pobres, los
marginados, son desplazados a los lugares de mayor riesgo o las tierras menos productivas.
Que no nos sorprenda que en un recuento de daños, sean los más jodidos las víctimas en un mayor porcentaje que los menos jodidos. Pero además de los desastres, si no se toman las medidas
adecuadas, se tienden a incrementar y acumular las vulnerabilidades de la
población en desgracia. Por eso es frecuente que, pasada una contingencia, le
sigan epidemias, escases de alimentos, de recursos para producir o serias
dificultades para recuperar los daños y destrozos causados; y todo esto repercute
en desastres para la gente.
Una adecuada intervención durante y después de una crisis, además de satisfacer las necesidades inmediatas de la población afectada, es incrementar sus capacidades de recuperación, una de
ellas, muy importante por cierto, es la educación. ¿Cómo han intervenido las
autoridades en Oaxaca? Tomemos el caso precisamente de la educación:
Ante las desgracias ocasionadas por las torrenciales y persistentes lluvias, la autoridad educativa decidió permitirles a los padres de familia que sean ellos quienes acuerden si sus
hijos asistirán o no a la escuela:
“Indicó que la medida deberá ser decidida (sic), como en otros casos, de manera concertada entre directores, maestros, padres de familia y autoridades municipales, a fin de evitar ausentismos injustificados, que
afecten el trabajo de alumnos y maestros.” (Tiempo de Oaxaca. Año X; Nº
3072, del 29 de septiembre del 2010, p.10).
“Precisó que lo fundamental es proteger la seguridad de los estudiantes y evitar exponerlos en (sic) peligro, por ello, en estos casos, las inasistencias serán plenamente justificadas.” (Loc.cit)
Es muy importante garantizar la seguridad de los niños si la escuela está en un lugar de riesgo, pero no es suficiente, porque se gana quizás en seguridad (lo cual es discutible dadas las
condiciones de las comunidades marginadas); pero se permite que la vulnerabilidad de base se incremente por
la falta de educación y esto haga a la
población en el futuro, todavía más vulnerable.
Por otra parte, es una manera fácil de evadir responsabilidades dejar que los padres decidan si dejan a sus hijos ir a la escuela o no. ¿Y la autoridad qué decide entonces? ¿Cuántos días no irán? ¿Dejarán de ir unos, más días que otros a la escuela? ¿Qué harán los
niños en tanto pasa la contingencia? ¿Cómo se evaluarán al finalizar el ciclo
escolar? ¿Qué harán en tanto, los maestros?
Lo declarado por la autoridad educativa, en cuanto a permitirle a los padres de familia (con la participación de los maestros y las autoridades locales, o sin ellos), modificar el calendario
escolar, lesiona de hecho la obligatoriedad de la educación y el derecho a su
disfrute.
En otros casos, como se hizo en el 2006, donde la causa de la contingencia no fue un fenómeno natural, sino político, la autoridad educativa estableció, en acuerdo con la SEP, un “ajuste de calendario”. En el
caso presente, donde la causa en un fenómeno natural, se podría prestar el
servicio bajo un calendario B para zonas afectadas y mantener un calendario A, que sería el
originalmente aprobado, para las zonas donde no haya problemas.
Un calendario B para las zonas de riesgo, debe establecer las fechas de suspensión y los días adicionales en que alumnos y maestros habrán de desarrollar lo que falte del programa escolar o los
procedimientos para compensar el tiempo perdido.
Se puede echar mano de múltiples recursos para apoyar a los niños, tales como: la tele-primaria, o la asesoría educativa por televisión (que no es la telesecundaria), la radio educativa o
hasta el internet, todo depende de dónde sea posible aplicar estos recursos. Para las
zonas muy marginadas, campamentos de refugiados, albergues, etc., se podrían
movilizar brigadas del personal de CONAFE, institución que tiene amplia
experiencia para operar en estos casos, o usar DVD y sus reproductores para
asesorar a los jóvenes de la comunidad y estos apoyen a los escolares.
Como quiera que sea, lo importante es no dejar a los niños sin alternativas, ni materiales, sobre todo en un estado como el de Oaxaca, donde la inasistencia de los maestros
por sus paros y huelgas, afecta ya a varias generaciones, acumulando
dramáticamente el nivel de vulnerabilidad de los marginados, quienes encima,
cuando hay clases, sólo aprenden, según el Banco Mundial, sólo el 40% de lo que
debieran.
Al parecer no tenemos planes para hacer frente una crisis, que además de los efectos físicos, lleva a que se limite nuestro derecho a la educación. Ya
es hora de afrontar con mayor responsabilidad los hechos.
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