Tengo, como tal vez muchos mexicanos, un especial afecto por el pueblo cubano y su patria. La Cuba hermosa de playas doradas bajo un sol que, además de dar calor, crea un ambiente que llama a la aventura. Cuba de las mujeres hermosas, resultado de esa mezcla de sangre africana con española. Cuba de la gente alegre. Cuba de los años treinta y cuarenta, tierra de arte; pero también de frivolidades. Cuba de la música que hace que a uno se le suba el santo. Cuba de Carpentier. Cuba de la esperanza juvenil en la revolución. Esa es para mí la Cuba entrañable.
Cuando tenía diecisiete años, Cuba era para mi la tierra del socialismo. Mis amigos, la mayoría de ellos jóvenes revolucionarios, soñaban, al igual que yo, con ayudar a construir el socialismo en la Cuba de Fidel Castro. Poco sabíamos de lo que había costado en vidas, en pérdida de libertad, en infinidad de sufrimientos, el que Castro hubiera llegado y se hubiera mantenido en el poder; sólo veíamos cómo la Revolución Cubana servía de ejemplo a los pueblos latinoamericanos que deseaban conseguir su liberación. O eso creíamos.
A Guillermo Petrikowsky le entró la revolución por la oreja una noche de 1959 cuando escuchaba Radio Rebelde. A mí me llegó el sonido de la revolución en las arengas de la Segunda Declaración de la Habana(1967); cargaba entonces conmigo una pesada grabadora de inmensos carretes y a todo aquel que se dejaba, lo ponía a escuchar el discurso de Fidel en esa hora cumbre de la revolución latinoamericana. Una de mis víctimas fue Jesús Vicente, quien escuchó embelesado el discurso de Castro y la música cubana. Desde entonces Jesús no fue ya el mismo, se transformó en el “Dormis” socialista y coceísta entregado a las causas del pueblo. No sé si fue esa noche que escuchó en Juchitán, en casa de Na Nata, la Segunda Declaración de la Habana, que se convirtió al socialismo o fue mera coincidencia; pero ya no fue el mismo, de niño se convirtió en un adulto que, en el cuerpo de un jovenzuelo, ansiaba la revolución.
En 1974 era un trotskista que amaba a Cuba a pesar de considerarla entonces un país socialista con un “Estado Obrero degenerado”. Sabía de la falta de libertades en Cuba, igual que en la Unión Soviética; pero lo justificaba pensando que los enemigos de la revolución obligaban a un control férreo de la situación. A pesar de las críticas, los resultados estaban a la vista: el pueblo alfabetizado, con un sistema de salud como ningún otro en el mundo, sin problemas de vivienda, alimentos racionados, pero había para todos, no trabajaba quien no quería, la educación y la investigación científica en pleno despegue, las artes puestas a favor de las causas del pueblo, idea esta última que sintetizaba las aspiraciones de justicia, libertad, igualdad, bienestar, cultura, ciencia, democracia, amor, diversión, desarrollo personal y colectivo y sobre todo, fraternidad. Sí, una parte de Cuba sufría la dictadura del proletariado; pero era innegable que representaba un avance para la humanidad y esa realidad revolucionaria estaba en América Latina, a unos cuantos kilómetros de las costas de México.
Después de algunos viajes “revolucionarios”, volví a Cuba en el año 2001, me encontré a algunos amigos y me hice de otros, mi interés se centraba entonces en conocer la experiencia Cubana de lo que llamaban la universalización de la educación superior. La idea llamaba mi atención, porque en una economía planificada, la formación de la fuerza de trabajo calificada responde a necesidades y objetivos específicos y no simplemente a una consigna.
En el auditorio Karl Marx de la Habana, platicaba con un alto funcionario cubano y le pregunté: ¿ Cómo van a conciliar las exigencias de una economía planificada con la política de universalizar la educación superior? No lo sabemos, me respondió, es una idea del Comandante que estamos analizando. Me sorprendió la respuesta: "¿que estamos analizando?" ¡Pero si el programa ya estaba en marcha! Entonces comprendí el abismo que se abría entre la Cuba de la Segunda Declaración de la Habana, y la que ahora tenía la oportunidad de vivir.
La realidad era que el gobierno cubano había despedido a muchos trabajadores de la industria azucarera, por el derrumbe de la Unión Soviética; había perdido su principal fuente de ingresos, y ahora disfrazaba el pago del seguro de desempleo, con el pago de una beca para "reconvertir" a su fuerza de trabajo. Eso era la esencia del programa de universalizar la educación superior, política que se disfrazaba con un discurso socialista de profundizar la revolución avanzando hacia la alta cultura.
Después de la corta plática con el alto funcionario, vino el discurso de Fidel en el escenario del auditorio Karl Marx. Cinco horas duró su discurso que prometió que sería breve,aunque agotado, comprendí el porqué ese hombre es capaz de adormecer a su pueblo con su palabra y llevarlo al sacrificio sin que nadie proteste; claro, mientras dure la ilusión creada por el discurso.
Salimos ya por la tarde del auditorio, el alto funcionario cubano se despidió amablemente de nosotros y nos dirigimos hacia la Habana Vieja, donde encontramos a nuestro amigo, a quien llamaré Lázaro y lo invitamos a comer al paladar que él mismo nos sugirió y donde una vez sentados a la mesa, la dueña se negaba a servirle, hasta que molesto, le pedí que por favor le sirviera, porque era nuestro invitado. Así viven los cubanos, como si fueran refugiados indeseables en su propia patria, la tierra de Martí y del socialismo.
Lázaro no quería comerse la chuleta, no por falta de apetito, sino porque quería llevársela a su mujer e hija, para que se la comieran, pues llevaban años sin probarla. Tuvimos que convencerlo de que si se la comía, compraríamos otra orden para ellas; sólo así aceptó y disfrutó con nosotros la comida.
La casa de Lázaro es como la de la mayoría de los cubanos: pequeña, poco iluminada, en un edificio húmedo casi en ruinas al que nadie parece darle mantenimiento. Los edificios de departamentos de la Habana Vieja, tienen algo que llama la atención, están envueltos en una especie de spaguetti de cables eléctricos que salen por todas partes amenazando con ahorcarte si no tienes cuidado con ellos.
Cuando llegamos a su casa, su joven y bella esposa nos dijo que su hijita había estado enferma del estómago, pero que ya había sanado gracias a que consiguieron bicarbonato y eso la había aliviado. Debe saber el lector que en Cuba es muy difícil conseguir bicarbonato, Lázaro y su esposa tenían algunos gramos de ese polvo envuelto en papel de estraza y guardado en el frío (refrigerador) como si fuese oro molido. Nos dolió ver aquello, al día siguiente le llevamos un frasco gigante de pepto bismol, que no conocían, y les dijimos que hacía el mismo efecto que el bicarbonato, pero en líquido. Lázaro todavía me agradece ese favor; no sé si porque aún conserva el frasco de pepto, que seguramente cuida como la niña de sus ojos.
En ese año y todos los demás hasta el 2006, los cubanos vivieron una especie de resurrección debido a la apertura del sector turístico, que les llevó divisas, reactivó su economía y les hizo abrirse un poco al mundo. Muchas familias cubanas, sobre todo en el medio urbano, reconstruyeron sus casas, compraron algunos bienes duraderos y, lo más importante, lograron ahorrar. Pero algo sucedió en la élite gobernante, eran los tiempos en que Fidel ya comenzaba a verse enfermo y su hermano Raúl aparecía en público como el seguro sucesor del Comandante.
Algo pasó, porque cuando regresamos a Cuba en 2007, el ambiente y el ánimo de los cubanos estaban desconocidos. Otro amigo nuestro, a quien llamaré Juanito, se quejaba amargamente con nosotros: "compadre, habíamos ahorrado algunos dolaritos (pesos cubanos convertibles) y de pronto nos dieron la noticia que el dólar no circularía más en Cuba, y quienes quisieran cambiar sus pesos convertibles, tenían que ir a las casetas de los bancos a cambiarlos por menos de la mitad de su valor, so pena de perderlo todo". Eso fue un asalto a mano armada del gobierno cubano a su población. La gente vio cómo se hacían polvo sus ahorros, ya que el peso convertible se vinculaba al euro y no más al dólar de nauseabundo olor imperialista.
Llegamos a la casa de Juanito, que por cierto había construido otras recámaras y ampliado la sala con lo que le ingresó entre 2000 y 2006. ¡Oh, frío nuevo! le dijimos entusiasmados; pero pronto se nos calló la alegría cuando nos dijeron que el gobierno les había obligado a comprar a plazos el nuevo refrigerador para apoyar la política de ahorro de energía. Estaban muy molestos.
El 2007 no fue ya un año bueno para los cubanos, comenzó a cerrarse la breve apertura al turismo y se desarticuló el incipiente sector privado que floreció, efímero, durante el período especial( 1991-1994) y algunos años después de él. La revolución volvía a cerrar su economía y llamaba a la movilización del pueblo para defender a la patria socialista del imperialismo, que ahora acechaba con mayor ferocidad. Pero el discurso oficial sonaba hueco. El primero de mayo de ese año, la Plaza de la Revolución, escenario de la Segunda Declaración de la Habana, se llenó por primera vez de acarreados al estilo del PRI en sus mejores tiempos.
Supe que, a partir de entonces la cosa no iba a ser igual en Cuba. Por eso Leticia y yo, con lágrimas en el corazón, decidimos no volver, y así ha sido hasta hoy. Me entero ahora de que el gobierno cubano ha despedido a 600 mil trabajadores y que en lo que resta del año, llegarán al millón. Quien haya vivido en Cuba sabe el terrible significado de esa noticia. No serán precisamente los campesinos los que sufran, sino la clase media, el orgullo educativo de la revolución se verá obligada a conducir coco-taxis cargando sus títulos de doctores en economía en la espalda, otros se irán a refugiar al campo bajo la protección de un guajiro natural que los acepte, las mujeres jóvenes, inteligentes y hermosas se prostituirán con viejos adinerados que ahora puedan pagar las altas tarifas del turismo que oferta el gobierno de la revolución.
De mis amigos allá no sé gran cosa, me imagino la angustia que están pasando; lamentablemente no me puedo comunicar con ellos por las restricciones que les impone el propio gobierno, incluso por internet, o especialmente en internet. Espero que estén bien y esta nueva crisis de su país no los afecte demasiado.
Con todo y la decisión de no volver, a veces quiero regresar a la isla; pero no puedo llegar con las manos vacías, al menos, me gustaría ver a mis amigos y poder decirles: ¡vámonos a México, allá las cosas están mejor! Pero sería engañarlos, quizás de modo peor de lo que lo hace ahora Fidel, por boca de Raúl.
Volveré a escuchar la Segunda Declaración de la Habana, tal vez el Fidel de entonces, me ayude a encontrar una salida para contrarrestar al Fidel de hoy y de paso combatir a quienes tienen a México al borde del colapso.
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