viernes, 29 de mayo de 2009

MATRIMONIO: AMOR SIN VIOLENCIA

Noticias recientes en la prensa local y en la nacional, informan sobre el creciente número de divorcios y la acrecentada violencia intrafamiliar.

Diversos organismos públicos y privados, se han pronunciado por detener la violencia y buscar una solución que fortalezca la institución familiar y se reduzca el número de divorcios; pero no he encontrado, hasta ahora, una reflexión acerca del posible agotamiento de estas instituciones ( me refiero a la familia y al matrimonio), por tanto, me parece oportuno plantear mis puntos de vista en relación con ésta última.

El tema inicialmente, gira entorno a la necesidad que tenemos los seres humanos de vivir en pareja. Para simplificar un poco mis ideas, asumo que cuando escribo “pareja”, me refiero a un hombre y a una mujer. Esa necesidad deriva de un instinto: el de reproducción; mismo que busca preservar a la especie, para lo cual ha dotado la naturaleza a hombres y mujeres, de las capacidades sexuales necesarias.

En otras especies de animales, la reproducción puede ser asexuada o sexual, que comprende modos diversos; pero cualquier forma que dicha reproducción adopte, entre esas especies no parece haber problemas para que la reproducción se realice, al menos no como se presentan en la nuestra.

Por lo pronto, los seres humanos, a diferencia de otros animales, no practicamos el sexo de manera, automática, por el simple “llamado de la naturaleza”; por el contrario, hemos llegado a disociar al sexo de la reproducción y es frecuente que su práctica se reduzca a la búsqueda de placer. Esto no significa que la especie humana se niegue a reproducirse, lo que parece suceder es que, hasta donde esto es posible, el hombre o la mujer, deciden si se reproduce o no, con quién, dónde y en qué momento.

Otra característica importante, es que asociamos el ejercicio de nuestra sexualidad con ciertos afectos, que en general denominados “amor”. Cuando pensamos en el amor, tendemos a asociarlo con valores y fines sublimes, que se vinculan vergonzantemente con otros sentimientos, menos puros y referidos casi siempre al apetito sexual.

Cuando una pareja se siente atraída, elabora sus motivos y construye la idea de que esa atracción, que en ocasiones es irresistible, se justifica porque obedece a fines acendrados, asociados a la belleza, la bondad, la gracia o a la educación del ser amado. Pocas veces entra en dicha justificación la atracción física, o la manera voluptuosa que asume la figura del otro en nuestra imaginación; esto, porque nos parece carente de nobleza humana.

Pero, como ya lo documentó magistralmente Octavio Paz en su ensayo: La llama doble, esa forma de comprender la atracción mutua es asaz reciente. Ubica Paz su origen en el siglo XV, en Florencia, Italia.

El amor es un sentimiento complejo, y por lo mismo, difícil de identificar en nosotros mismos. ¿ Cómo se sabe cuando se está amando?

Los hombres, pero más aún las mujeres, se sienten confundidos cuando sienten la atracción hacia el otro. Son muchas veces proclives a calificar apresuradamente sus sentimientos y a tomar precipitadas decisiones tales como: obtener placer sexual, reproducirse, casarse o todas juntas.

Los problemas que tenemos actualmente, los atribuyo a que los jóvenes son incapaces de distinguir con claridad entre su deseo sexual y otros afectos, vale esto incluso para algunos adultos.

Y no es que satisfacer el deseo sexual sea malo. En otras épocas, cuando los seres humanos éramos una horda proclive a la extinción, la capacidad sexual del hombre era motivo de orgullo y hasta de adoración. La mujer infértil era mal vista y hasta castigada, y nada de esto tenía que ver con sentimientos sublimes.

Conforme las condiciones del entorno natural y las sociedades cambiaron, los seres humanos tuvieron que regular su capacidad reproductiva, so pena de sufrir hambrunas y otros males. Surgen entonces las instituciones que sancionan la unión carnal, y regulan la sexualidad humana para controlar la reproducción, y dar certeza a sus consecuencias, una de ellas, el derecho de los hijos a heredar.

No se sabe aún si fue el Derecho o la Religión la vía primera de sanción de la unión carnal entre hombres y mujeres; como sea que haya sido, surgió con ello la institución del matrimonio, porque la familia, es una forma natural de asociación humana que con mucho, le antecede.

El matrimonio no tiene entonces la función de realizar valores asociados a la familia o al amor de la pareja. Tuvo más bien en sus orígenes, el papel de regular la reproducción, que en las otras especies se deja al ritmo de la naturaleza, y quizás su función social más importante, fue la de asegurar la sucesión hereditaria.

¿De dónde surgió entonces esa asociación entre Amor y Matrimonio? Es posible que su vinculación se deba al movimiento de la Ilustración, o más bien a sus efectos ya muy avanzado el siglo XVIII. Aunque todavía en ese siglo, se encuentran testimonios de que era común que los matrimonios civiles se realizaran por motivos diferentes al amor. Las clases desposeídas sólo se casaban por la iglesia, para no vivir en el pecado.

Sólo en el siglo XX la institución del matrimonio civil monogámico se universalizó en el mundo occidental, y si bien su argumento de tutelar a la familia como un bien de interés público le dio fundamento; también es cierto que su carga ideológica, enfatizó su papel como la institución del amor por excelencia, coincidiendo así con el discurso de la religión judeo-cristiana.

A nadie del común, cuando se casa, le dan a revisar su contrato matrimonial, ni dan ganas de hacerlo, porque su firma se asume como una demostración de amor, más que como la asunción de una mutua responsabilidad.

Continuar con esta práctica, acarrea más problemas que beneficios. El matrimonio parece asumirse hoy con ligereza e irresponsabilidad; ¿pero toda la culpa es de quienes se casan? ¿ No habrá que refuncionalizar también a la institución matrimonial?

Soy partidario de que el contrato matrimonial se asuma como tal, y poco a poco abandone su fuerte carga ideológica. Una primera consecuencia de adoptar esta postura, sería ponerle límite temporal al contrato.

Lo anterior permitiría precisar mejor los derechos y obligaciones de los contrayentes, para así garantizar el bienestar de los hijos, si los hubiera; proteger la estabilidad emocional, social y económica de la mujer; salvaguardar los derechos reproductivos de ambos, y asegurar el de la sucesión hereditaria.

Qué sucedería cuando se diera por terminada la relación conyugal en esas condiciones. En primer lugar no habría divorcios, ni conflictos, pues en el contrato inicial se establecerían las condiciones del término del mismo. Por otra parte, el vencimiento del contrato matrimonial, no cancela la obligación de los padres para con los hijos.

El código civil sería entonces un referente general que permitiría establecer cláusulas específicas para los contrayentes, y definir un marco de convivencia conyugal adecuado para todos los que constituyeran la familia y junto a esto, siempre existiría la posibilidad, si así lo deciden los cónyuges, de renovarlo.

Es éste un problema complejo. Lo que propongo no es una idea nueva, pero sí lo es el camino que deberíamos andar, con la condición de antes reflexionar sobre sus posibilidades, beneficios y posibles consecuencias.

Es cierto que pensar ahora en poner límite temporal a un contrato civil que se iguala al amor de la pareja, suena a blasfemia; pero lo cierto es que el contrato matrimonial no consagra el amor de quienes lo convienen. Quizás la modalidad sobre la que propongo reflexionar tenga, en su eventual puesta en práctica, un refrendo del contrato matrimonial, que en la segunda o tercera ocasión, termine con una sola cláusula: unidos, hasta que la muerte los separe.

sábado, 23 de mayo de 2009

CONTANDO ESTRELLAS

Hace unos días nos encontramos, un viejo amigo y yo. Él estaba tomando un café en uno de nuestros hermosos portales, y yo caminaba distraído. Cuando me vio se levantó de su silla y me saludó efusivo.
Me invitó un café, que acepté gustoso, y por algunos minutos, disfruté de recordar viejos tiempos, mientras saboreaba el café; aunque un poco triste, pues veía cómo nuestra plaza de armas, estaba invadida por gente inconforme, como la hay en todas partes del mundo.
A mi amigo lo conocí hace años, allá por el lejano 1978 o 1979. Acostumbrábamos entonces leer libros en voz alta por la noche, y terminar su lectura hasta la mañana siguiente.
Por aquellos años él vivía en un cuarto que compartía con otro amigo. Dos catres, una mesa y dos sillas, eran todo el mobiliario; una estufa, un viejo sartén, la cafetera y unas tasas, hacían las veces de cocina. Allí pasábamos horas platicando y tomando café; leíamos como locos libros de astronomía, física o cualquier otra ciencia “dura”, y cuando nos cansábamos, salíamos a ver las estrellas.
Nos encantaba identificar constelaciones a ojo pelón, llamar por su nombre a las estrellas de mayor magnitud y comentar la inmensidad de su distancia de nuestro sol, en años luz. Hacer eso nos hacía tomar conciencia de nuestra insignificancia, de la mezquindad de nuestros problemas y de lo frágil de nuestra situación en un universo hostil, agresivo.
La especie humana no parece percatarse de eso. Sigue en guerra consigo misma, destruye a otras especies, mientras se reproduce infatigablemente y con ello, acaba con los recursos naturales del planeta, como una plaga incontenible. ¿ Qué aporta la especie humana al planeta? Nada.
La humilde lombriz de tierra, cada vez que defeca, llena de nutrientes la tierra y más aún cuando muere. Si las plantas fueran idólatras, sus dioses no serían humanos en el más estricto sentido del término. Adorarían a las bacterias, a los insectos, a uno que otro vertebrado; pero sobre todo al sol y al agua.
El agua es particularmente importante, porque dependemos absolutamente de ella. En el mundo hay una cantidad constante de agua. Cuando supe eso, quedé anonadado. Lo anterior significa que si se incrementa el número de seres vivos que consumimos agua, la porción de agua que nos toque, disminuirá, hasta no ser suficiente para nuestra supervivencia. En otras palabras, si no cuidamos el equilibrio, no en nuestro consumo, que también es importante, sino entre el número de seres vivos existentes y la cantidad de agua disponible, moriremos irremediablemente.
En aquellos años esos eran los problemas que nos preocupaban. Tratábamos de percibir, lo más claramente, nuestra situación en el mundo, y aquello que hacía posible continuar nuestra presencia en él como especie, sin dañar a los demás.
Recordamos eso en nuestra charla de café y nos dimos cuenta de que las cosas empeoran en lugar de mejorar y que poco hemos hecho para evitarlo.
A propósito de problemas, me dijo mi amigo, ¿qué se ha hecho para rezonificar al magisterio y dejar esto resuelto de una buena vez? Me quedé un rato pensativo, y al fin, animado le dije: te explicaré brevemente y tu sacarás tus propias conclusiones.
Después de la firma del Acuerdo para la Modernización de la Educación Básica y Normal ,y la transferencia de los servicios educativos a los estados de la república, en 1992, el presidente Zedillo convino con el Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación (SNTE), la rezonificación de los salarios profesionales. Lo anterior significaba la desaparición de las zonas económicas I y II, para que sólo quedara la III. En 1995, desapareció la zona económica I y quedaron vigentes la II y la III.
Por alguna razón, el gobierno federal y el SNTE, decidieron dar marcha atrás con el programa de rezonificación, y en su lugar aplicaron una política de homologación de salarios, es decir, crearon el concepto de Compensación Provisional Compactable (CPC), para que mediante él, se les hiciera a los maestros ubicados en la zona II, un pago que disminuyera la diferencia entre sus salarios, y los que perciben aquellos ubicados en la zona económica III.
Esta política de homologación de salarios, es diferente al programa convenido de rezonificación, ya que éste pretendía eliminar las zonas I y II, en tanto que el actual, sólo se propone homologar los salarios, hacerlos equiparables con el tiempo, sin llegar a igualarlos del todo. ¿Por qué? Porque con los incrementos que cada año reciben los maestros, aplicables a su salario tabular (concepto 07), las diferencias entre los de una zona y la otra, vuelven a aparecer; entonces, es un cuento de nunca acabar.
Mi amigo preguntó: ¿Por qué entonces en el 2006 los maestros insistían en que se les otorgaran un poco más de 1,500 millones de pesos y afirmaban que el problema estaría resuelto? Le contesté resignado: Porque con ese dinero, quedaría HOMOLOGADA la mayoría; pero no rezonificados. La rezonificación sólo se logrará, al desaparecer la zona económica II.
Sin embargo, aun y cuando el gobierno federal les otorgara ese dinero, el problema volvería a presentarse otra vez, al incrementarse el salario de los maestros de la zona III.
En el 2006, el gobierno federal acordó con los maestros, destinar al estado de Oaxaca, un monto tal, que en un cierto número de años, permitiera homologar a todos los trabajadores de la educación de la entidad, acuerdo que no ha cumplido; pero que de todos modos, no resolvería el problema.
Mi amigo sorprendido me preguntó: ¿ Esto lo sabe el gobierno federal? Desde luego, le dije- sabe también que el gobierno del estado de Oaxaca, desde 1996, ha contribuido, de común acuerdo con los maestros, con recursos adicionales, para que en Oaxaca la homologación fuera más rápida, pero, como ya te dije, esto no resuelve el problema.
¡Vaya!, me dijo mi amigo desanimado, si esto lo supiera el Presidente Calderón, ¿no crees que pactaría con Elba Esther Gordillo la famosa rezonificación? Después de todo a ella le convendría, pues quedaría como heroína, no sólo del magisterio, sino de todos los trabajadores al servicio del Estado.
Es posible, respondí, aunque ahora con la crisis es más difícil que tomen decisiones de ese tipo. Pero, como quiera que sea, los trabajadores de la educación en Oaxaca, le dan prioridad a su lucha contra la Alianza por la Calidad de la Educación y por un programa alternativo para Oaxaca. Mi amigo movió la cabeza, como negando una realidad absurda.
Nos despedimos con la promesa de volver a vernos. No será ya en su diminuta habitación para leer hasta el amanecer; o para salir a observar la grandiosidad del universo desde la oscuridad de la noche. Tampoco será en los portales de la plaza de armas de Oaxaca, porque pronto estará ocupada por los maestros, la APPO y por quienes quieran protestar, ahora que la crisis económica hace propicias y justificadas las protestas.
Me levanté de la mesa, pero antes de irme mi amigo me retuvo y dijo: ¿Por qué no escribes sobre esto? Lo pensaré le contesté.
No tuve que meditarlo mucho; decidí hacerlo, aunque hubiera preferido contar más sobre aquellas noches luminosas, en las que disfrutaba observando las estrellas.

sábado, 16 de mayo de 2009

VOLVER A SER MAESTRO

El 15 de mayo recibí algunas felicitaciones de amigos, mismas que agradezco; aunque hace ya tiempo que no doy clases; ni enseño con el ejemplo, porque no creo ser un modelo a seguir.

Pero las felicitaciones provocaron en mi una reflexión:¿ volvería a dar clases?

La respuesta es sí, con algunas condiciones. Salvo en el caso de los niños, me refiero a los pequeños de preescolar y primaria, sólo le daría clases a los adolescentes, jóvenes o adultos que estuvieran dispuestos a ser aprendices.

Lo anterior implica que me reconocieran la calidad de “maestro”. Aquí asoman ya las dificultades. Los imaginarios solicitantes, podrían aceptar ser aprendices de: estudiante, ciudadano, científico, profesionista, etc., etc. Lo anterior implica que yo tendría que ser una persona que dominara cualquiera o todas esas ocupaciones; lo cual no se cumple ¿Entonces?

Pues tendría que conformarme con la condición de que ellos aceptaran la guía de alguien, igual de imperfecto que ellos, pero con más experiencia y algunas habilidades pedagógicas. Lo importante es señalar que para construir una relación pedagógica, se tiene que aceptar una autoridad, aunque ésta tienda poco a poco a diluirse en un grupo en el que todos colaboran para aprender.

En las escuelas de ahora, las cosas no se dan de esa manera. Al maestro lo toman como un sirviente, quizás como el antiguo esclavo que conducía a los niños a su maestro o al gimnasio griego. Muchos padres de familia, entregan a sus hijos a la escuela pensando que el maestro debe cumplir los caprichos de sus retoños, y a la menor queja de estos, se exige sanción al criminal que osó lesionar los derechos del niño o de la niña. Desde luego no me refiero a los delitos que eventualmente pueda cometer un docente ( discriminación, golpes, violaciones, etc.).

Por otra parte, los directivos de algunas escuelas, sobre todo particulares, tratan al maestro como a un empleado más. No consideran sus opiniones o recomendaciones como dictámenes de experto. Muchas veces se le obliga a actuar contra lo que recomiendan sus conocimientos pedagógicos, o lo que es peor, contra sus principios éticos.

En las escuelas de nivel medio o superior, las cosas, en ocasiones, se ponen peor. Los estudiantes exigen sus calificaciones con independencia de lo que aprenden, presionan a sus maestros, a veces con violencia y aquellos termina por ceder, quizás no por miedo a sus “alumnos”, sino por temor a las represalias de la administración si esta se da cuenta de que no “controlan” al estudiantado.

Lo anterior me ha llevado a concluir que no se puede enseñar al que no quiere; lo que no significa que el que “no quiera ser enseñado”, no pueda aprender ciertas cosas solo.

Pero si todavía pensamos en la necesidad del maestro, la situación anterior podría resolverse de dos maneras:

La primera consiste en esperar a que alguno (s), solicite(n) la enseñanza y entonces convenir con él los términos en los que se podría llevar a cabo la experiencia.

La segunda podría ser ofrecer la enseñanza y plantear que el ingreso a la clase sea voluntario.

La segunda opción la puse en práctica en la universidad en un curso sobre “Historia de las doctrinas filosóficas”. Se les informó a los alumnos inscritos, que debían asistir voluntariamente al curso, y que los demás podían seguir una guía para su estudio autodidacta. Yo pensé que me iba a quedar con dos o tres estudiantes; pero no, me sorprendió ver que el salón de clases estaba repleto, y que semanas después llegaban estudiantes de otros grupos a participar de la experiencia. Algunos amigos profesores llegaron a participar en el curso, y debatían con los alumnos y desde luego con su servidor. Eran los tiempos en los que intentábamos construir en Oaxaca un nuevo modelo de universidad.

Aunque los debates, los trabajos presentados y los exámenes aplicados, indicaban que los alumnos “aprendían”; no puedo asegurar que dominaran la materia; pero si estoy seguro de que aprendieron a asumir un compromiso académico con ellos mismos.

Una experiencia que refleja la primera opción, la viví en el proyecto de la Escuela Normal Superior del Istmo, en un proyecto con la Universidad de Guerrero, si no recuerdo mal. Recibí entonces la invitación de los directivos de la escuela, para impartir un curso-taller sobre “Metodología de la investigación educativa”; les contesté que sí con la condición de que los maestros-alumnos aceptaran que yo impartiera el curso, y no que se me presentara como el “docente designado”. No sé si lo hicieron, pero me dijeron que estaban de acuerdo y así comenzó la experiencia.

Empecé negociando con los estudiantes las condiciones para trabajar juntos el curso, con el énfasis en que yo esperaba un compromiso de ellos con su propio aprendizaje. Organizaron varios equipos de trabajo y cada uno definió su “proyecto de investigación”, sobra decir que tuve que orientar la experiencia para que los proyectos se acercaran lo más posible a un verdadero proyecto de investigación, y enseñar así algunos métodos y técnicas elementales de investigación.

La experiencia fue extraordinaria. Los muchachos no sólo trabajaban de lunes a viernes; ¡se reunían los sábados y domingos a discutir sus proyectos y me obligaban a asistir a sus reuniones! Digo “me obligaban”, porque en mi contrato no estaba estipulado trabajar esos días. Eso me enseñó que un docente tiene que asumir las consecuencias de desatar los demonios del aprendizaje autónomo. Algunos de mis, entonces, estudiantes aún recuerdan con cariño esa experiencia.

Desde luego también tuve fracasos; pero también de ellos aprendí que la clave es que el estudiante asuma el compromiso de aprender; si lo hace de manera autodidacta, el compromiso queda claro; pero si requiere de un enseñante, debe antes reconocerlo como la autoridad que guiará la experiencia.

En el trato con los pequeños, el compromiso se asume con los padres y el papel del maestro es establecer una relación con el niño, de tal manera, que vea en el maestro a un niño disfrazado de adulto que lo comprende, pero que extrañamente parece tener más experiencia y lo lleva por caminos divertidos a vivir experiencias interesantes.

Para estar en capacidad de realizar lo anterior, el maestro debe comenzar por asumirse como un profesional y no como un burócrata que presta un servicio. Tendrá que demostrar que en efecto es un profesional, que parte de la autoridad que le da su formación, se guía por una ética firme e inviolable y está entregado de tiempo completo a su ocupación y por eso vive de ejercerla.

No es fácil asumir esa postura, porque no es fácil asumirse como profesional, en ningún campo, no sólo en el de la educación. Es más fácil someterse al rol de burócrata que atiende un changarro que no es de él, que le pagan por estar allí y que el único compromiso que asume es el que tiene con quien le paga, mientras le paga y que además puede dejar el changarro en cualquier momento. De modo que el usuario llega a solicitar el servicio y lo tiene que recibir de quien esté, a la hora que esté y como esté.

No hay una relación entre sujetos libres, es decir, uno que quiere aprender y otro que quiere ejercer su profesión de enseñar aprendiendo. ¿Es posible transformar esta situación en las escuelas públicas y particulares? Si, la condición es que el maestro se asuma como un profesional de su campo y no como un burócrata asalariado. La muestra la ponen los médicos cuando no ejercen como profesionistas libres y son asalariados de una institución: su proceder sigue siendo libre y sólo puede ser observados por otros médicos autorizados por su gremio, pero no por la institución por sí misma, aunque ésta les pague.

¿Cómo lograron los médicos este status profesional? Es una larga historia, que haré sucinta.

Antes, el estatus de profesión la adquirían aquellas ocupaciones que ejercían las clases poderosas: la nobleza, los adinerados. Eran por lo regular ocupaciones tales como el sacerdocio, la medicina y la abogacía.

La diversificación de las ocupaciones debido a la revolución industrial, provocó que otros oficios reclamaran el estatus de profesiones, ya que entre otras cosas, además del reconocimiento social, garantizaba el monopolio sobre algunos campos, como el de la medicina, en el que sólo se puede ejercer con el título debidamente reconocido y sancionado por el Estado.

En vista de que las ocupaciones “plebeyas”, no tenían la marca de su origen social, en Europa comenzaron a conquistar los espacios de universidades de alto prestigio y por lo regular tuteladas por el Estado. Así, las ocupaciones “plebeyas” comenzaron a ser reconocidas como profesiones al igual que las ocupaciones de estatus.

En los Estados Unidos y en Inglaterra, las cosas no sucedieron así. Las ocupaciones “plebeyas”, si bien ocuparon los espacios de universidades prestigiosas, enfatizaban su carácter de ocupaciones con fundamentos científicos que le daban autoridad, una identidad gremial fundada en una ética inviolable o cuya violación tenía como consecuencia la expulsión del gremio, y por tanto la incapacidad para ejercer la ocupación, todo ello de cara a una sanción del Estado que les garantizaba el monopolio legal de su campo mediante el título.

La docencia no ha recorrido este ciclo de constitución de la profesionalidad de su ocupación. Hoy en día, para garantizar el monopolio de su campo, parece recurrir más al poder ejercido por su gremio, que a la garantía que pudiera darle a la sociedad, el ejercicio científico y ético de su ocupación.

Está predominancia del gremio, parece que limita las posibilidades del maestro para construir su profesionalidad; porque es el gremio el que parece simular que existen las condiciones para un ejercicio profesional de la docencia, pero en los hechos, los maestros son tratados como simples asalariados, no sólo por sus patrones, sino por su propio sindicato.

Me parece que la clave para superar todo esto, es “reconstruir” la relación pedagógica, haciéndola una experiencia que sólo puedan vivir seres libremente asociados, para aprender. Tal vez esto dé lugar a otros cambios, y veamos por fin lo bueno que será volver a ser maestros.