jueves, 15 de septiembre de 2011

VÍCTOR DE LA CRUZ, ACADÉMICO DE LA LENGUA

Hace unos días me enteré de que mi amigo Víctor de la Cruz, había sido designado Miembro Correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua. De inmediato llamé a su teléfono celular para felicitarlo; me contestó como siempre: amable y de buen humor. No era el mismo Víctor que me había llamado acongojado por la muerte de Luis Madrigal Simancas unas semanas antes; ahora se le notaba alegre, y tenía buenas razones para estarlo. “Francisco Toledo me ha invitado a comer y quiere que lleve a mis amigos”, me dijo un día después de mi llamada, “así que apúntate y lleva a la Güera”, sentenció. Tomé nota de la fecha, la hora y el lugar de la reunión. Pocos días después me encontré a Francisco en un desayuno, le comenté que Víctor me había llamado y me preguntó si lo había felicitado, le contesté que sí; sonrió y con esa sonrisa dibujada en el rostro se despidió de mí. A Francisco Toledo no le gustan las solemnidades y si se encuentra en medio de una, hará algo para romperla y hacer de la convivencia algo natural, relajado, amable, tal y como fue la reunión donde compartimos el pan y la sal con el nuevo académico de la lengua, el día 14 de septiembre de 2011, mismo que guardaré siempre en mi memoria. En esa reunión me encontré con varios amigos entrañables, no menciono a nadie para no lastimar a alguien con mi olvido. La espléndida comida dio inicio con un tamal de elote con queso y crema, después sirvieron garnachas, pescado al horno, enchiladas de chiliajo y estofado, todo eso como segundo tiempo del banquete. Los platos fuertes estuvieron aderezados con cerveza y vino tinto, quienes lo prefirieron, bebieron agua de jamaica; pero todos rematamos con dulces de la región del istmo: icaco y dxiña de beu, que son manjares de una delicada exquisitez. Al fondo sonaban sones istmeños que contribuían a refrescar la enramada natural, del acogedor patio del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca. Después de la comida vinieron las fotografías, desde luego Lety y yo nos tomamos una con el amigo que ahora pasa a engrosar las filas de los grandes de la lengua castellana en México. Para que el lector tenga una idea de a qué me refiero cuando digo “grandes”, cito parte de la lista de quienes han sido académicos de la lengua, además de Don Andrés Henestrosa: Don Amado Nervo, don Artemio de Valle-Arizpe, don Antonio Caso y don Julio Torri, don Ángel María Garibay K., don José Juan Tablada y don Carlos Pellicer, don Alfonso Reyes y don José Gorostiza, don José Vasconcelos y don Isidro Fabela, don Jaime Torres Bodet y don Manuel Toussaint, don Salvador Novo y don Justino Fernández, don Martín Luis Guzmán y don Agustín Yáñez, don Antonio Castro Leal y don Francisco Monterde, don Juan Rulfo y don Mauricio Magdaleno, don Edmundo O’Gorman, don Octavio Paz, don Héctor Azar y don Luis González y González. Para Oaxaca es un honor que éste istmeño nacido en Juchitán, sea distinguido como académico de la lengua que tanto ama. El castellano y el zapoteco, se hermanan en su espíritu como dos pilares que sostienen el peso de su impresionante cultura. Por ello puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que el nuevo académico, dará limpieza y esplendor a las dos lenguas por igual. Sería demasiado en este espacio, hacer una reseña de los méritos de Víctor de la Cruz, autor de muchas obras, todas dignas de encomio; baste decir que es licenciado en derecho, maestro y doctor en estudios mesoamericanos, y además poeta. Conocí a Víctor hace años y con Guillermo Petrikovsky, Gilberto Sánchez, Desiderio de Gyves y Moisés Cabrera entre otros, hicimos de la vida un festín hace algún tiempo. También trabajamos juntos en algunos proyectos de investigación, pero sobre todo creamos, con otros especialistas, la Unidad de Investigación Educativa, en la entonces Delegación de la SEP en Oaxaca. De esa época hay mucho que recordar; de ahora, sólo diré que Víctor y yo nos comunicamos y reunimos cuando nuestras respectivas actividades lo permiten; pero casi siempre nos vemos el Domingo de Ramos en Juchitán, fiesta que se celebra en el panteón del mismo nombre. Espero que ahora que sus responsabilidades se han incrementado, no le falte tiempo para degustar conmigo un buen vino tinto español, como lo hacíamos antaño. De su obra hay mucho que comentar, como he dicho, pero para la generación de jóvenes que quizás no hayan disfrutado de los escritos de este especialísimo autor, quizás convenga sólo mencionar algunas de ellas: 'Diidxa' sti' Pancho Nácar' (1973-1982), 'En torno a las islas del mar océano' (1983), 'Dxi yegapa gueu' saa Bixhahui-Coyote va a la fiesta de Chihuitán' (1983) (versión bilingue zapoteco-español con ilustraciones de Francisco Toledo, 'Cuando tú te hayas ido' (1985), 'La flor de la palabra', antología bilingue de la literatura zapoteca (1999), 'Aspectos históricos de la educación en Oaxaca', 'La educación en las épocas prehispánicas y colonial en Oaxaca' (1989), 'Jardín de cactus' (1991) y 'Antología literaria de Oaxaca' (1993). Las otras obras, las que seguramente está por escribir Víctor de la Cruz, las podremos disfrutar, si no juntos, al menos al mismo tiempo. Dicho lo anterior, retomo la narración del final de la comida en honor a nuestro personaje: Poco a poco se fueron retirando los comensales del lugar de reunión en el IAGO, fuimos quedando los amigos más cercanos. Dejé mi mesa para ir al encuentro de Víctor, estaba parado sólo, después de recibir los parabienes de uno de los invitados; me acerqué a él y le dije que me retiraba; me abrazó y me comentó en voz baja: “Los homenajes son para los muertos, no me gustan”. Te lo has ganado, le dije reprendiéndolo, porque tu obra es importante para México y en especial para nosotros. Sin hacerme caso, me dijo como para salir del paso: “¿Ya te diste cuenta que la Güera fue a la única vallista que invité? Si, le contesté y volví a abrazarlo agradecido. Después me despedí de él y de su esposa, y les prometí que pronto nos volveríamos a encontrar. Bueno, al menos eso espero.