domingo, 7 de agosto de 2011

PARA LUIS MADRIGAL SIMANCAS

Eran las cinco de la tarde y las últimas paletadas de tierra cubrían el féretro que resguardaba el cuerpo del compañero, del amigo, del hermano.

A lo lejos podía ver el cerro de San Felipe cuyas cimas se cubrían con grises nubarrones de tormenta. El olor a tierra mojada fue saturando casi imperceptiblemente la atmósfera del panteón Jardín; un tímido viento arremolinó las faldas de las mujeres que lloraban, mientras una voz cantaba en zapoteco algo que parecía un lamento, nos reunía la despedida que ofrendábamos a Luis Eduardo Madrigal Simancas en su último viaje, todos guardábamos silencio.

Luis pasará a la historia como un educador que heredó y le dio continuidad a la tradición pedagógica oaxaqueña. De instrucción inicialmente técnica, su formación ideológica lo llevó al estudio de las humanidades. Con una cultura literaria fuera de lo común, escribía ensayos, pero sobre todo poesía; no era un hombre que gustara de publicar ocurrencias, por eso dejaba madurar sus obras y se negaba a dar a conocer aquello que no estuviera corregido hasta el exceso. Fue fotógrafo profesional y hacía alarde de una vasta educación plástica; pero por encima de todo lo anterior, la cualidad que más lo hacía destacar era su capacidad de entrega cuando de cultivar una amistad se trataba.

Luis Madrigal Simancas fue docente en el Instituto Tecnológico de Oaxaca y también lo fue en el Centro de Bachillerato de Estudios Tecnológicos e Industriales. Participó activamente en el movimiento que daría origen al Instituto Nacional para la Educación de los Adultos, al lado de su entrañable amigo Javier Sánchez Pereyra. A principio de los años ochenta apoyó la naciente insurgencia democrática del magisterio oaxaqueño; quizás lo animaba ese espíritu rebelde que germinó en él en los años sesenta y que nunca lo abandonó, anhelaba revolucionar al mundo.

Su pasión por la educación lo llevó a aceptar el cargo de delegado federal del CONAFE, institución donde hizo varias aportaciones; sus dotes como administrador le hicieron objeto de reconocimientos institucionales, pero sobre todo le granjearon la simpatía y el cariño de muchos pueblos marginados que recibieron su apoyo desinteresado.

Compartimos varias experiencias, pero la que más recuerdo fue nuestro interés por desarrollar nuevas formas de organización pedagógica para resolver el problema del rezago educativo en la población adulta. La investigación participante la realizamos en una colonia marginada de la ciudad de Oaxaca, el municipio aportó los fondos y el Centro de Graduados del Tecnológico de Oaxaca puso a sus investigadores a trabajar, yo era uno de ellos. Iniciamos el proyecto intentando organizar a la población mediante los métodos de promoción alfabetizadora en curso: fracasamos. Fue Javier Sánchez Pereyra quien se percató de que los programas de alfabetización que no adjetivan procesos comunitarios que respondan a las necesidades de la población no tienen ningún significado para ellos.

A partir de entonces cambiamos la estrategia, intentamos primero diagnosticar la problemática comunitaria, destacar en ella un aspecto sobre el cual “construir” una plataforma pedagógica que, al mismo tiempo que permitía organizar a la población para dar satisfacción a sus necesidades, permitiera alfabetizar las relaciones comunitarias. No está demás afirmar que tuvimos éxito y a partir de él, se desarrolló una actividad educativa febril, habíamos comprendido el sentido de la educación liberadora.

Por motivos de trabajo tuve que dejar el estado de Oaxaca y radicar en el Distrito Federal. Estuve a cargo de otros proyectos y viajaba constantemente a lo largo y ancho de la república mexicana. En una ocasión tuve que realizar una visita a Oaxaca y quise saludar a mis amigos, alguien me dijo que los encontraría trabajando en una colonia del noreste de la ciudad y salí en busca de ellos.

Me costó trabajo llegar a la colonia, era uno de esos asentamientos humanos olvidados por la modernización y por los gobiernos de la ciudad. Mientras bajaba el montículo que constituía una especie de frontera entre la colonia y el mundo civilizado, pude ver a un grupo de personas cavando cerca de una cisterna, me acerqué al grupo con el propósito de preguntar por Luis o por Javier y me sorprendí mucho al ver que. . . ¡eran ellos!

Parecían albañiles trabajando sobre los cimientos de una casa. Cubiertos con sombreros de paja y con picos o palas en las manos, algunos golpeaban la tierra frenéticos, otros acarreaban piedras y algunos más tomaban medidas como topógrafos, pero todos, todos, parecían fantasmas cubiertos de un fino polvo blanco. Era el nuevo método educativo en movimiento. Después me platicaron cómo lo hacían.

El equipo de Luis y Javier Llegaba a una comunidad, platicaban con la gente, identificaban algún problema urgente y una vez preparados, se aparecían en la comunidad y comenzaban a trabajar sin decirle nada a nadie y menos pedirles ayuda; simplemente se ponía a trabajar como cuando los ví aquella mañana que los encontré cavando. Poco a poco las mujeres del pueblo se acercaban a preguntarles qué hacían y uno de ellos detenía su labor para informarles del propósito de su trabajo. Las mujeres les preguntaban si venían de parte del gobierno y ellos respondían que no. Al principio los miraban como una especie de dementes que hacían algo sin sentido, poco a poco les llevaban agua, luego comida y no tardaban en incorporarse al trabajo para “echarles una mano”. Semanas después ya se habían ganado la confianza de la comunidad y entonces montaban la “plataforma” educativa, que marchaba en paralelo al proyecto comunitario de dotar, por ejemplo, de agua a la colonia.

Pude seguir por algunas semanas la experiencia. Al mes, cerca de la obra, habían construido una especie de enramada donde las madres por las tardes aprendían alguna manualidad y apoyaban a sus hijos en las tareas escolares. Las actividades se iban haciendo más variadas y cada vez más educativas. Era sorprendente ver el entusiasmo con el que participaba la comunidad en la experiencia pedagógica. Este método fue el origen de otras muchas experiencias educativas, entre ellas el modelo de Aula Abierta, que el gobierno redujo a lo que ahora son las cocinas comunitarias.

Oaxaca le debe mucho al dúo educativo que formaron Luis Madrigal Simancas y Javier Sánchez Pereyra. No sé cuanta gente llegó a conocer a Luis, su apariencia, de una humildad casi franciscana, no dejaba entrever su grandeza. Su último proyecto importante fue el diseño de un modelo de educación secundaria para los pueblos originarios que pusieron en práctica Javier y él, durante varios años. Como siempre, las autoridades los apoyaron poco y dudo que hayan valorado la importancia de su más reciente aportación a la innovación educativa en un estado donde todo el cartel, se lo lleva el lado oscuro del magisterio.

El viernes por la mañana Luis salió de su casa en un taxi rumbo al sur de la ciudad. Sobre la calle de Murguía a la altura de la avenida Juárez, dos ebrios locos les quitaron la vida y nos lo arrebató para siempre; con Luis murió Hugo César Pacheco de la Cruz, quien conducía el taxi. Oaxaca perdió a uno de sus más preclaros educadores. Quienes lo asesinaron, nunca comprenderán la magnitud de lo que hicieron.

Vienen a mi memoria las mañanas en que lo visitaba en su estudio fotográfico de Humboldt. Al verme siempre exclamaba: ¡Científico, pasa! Por aquellos días Gilberto Sánchez, Guillermo Petrikovsky y Javier Sánchez Pereyra, su socio en el proyecto, nos reuníamos allí, la suerte nos había echado de su lado y vivíamos de milagro. Planeábamos la magna obra: el libro de los grandes proyectos educativos que no podría ser publicado nunca, pues dejaría de ser proyecto. Esa utopía de las utopías queda ahora sellada por la ausencia de Luis.

Las últimas notas del “Dios nunca muere” me sacaron de mis cavilaciones, seguían sonando mientras salíamos del panteón Jardín. Me despedí del amigo sin llorar porque aún no me resigno. No sé si algún día aceptaré su muerte, entonces lloraré; por ahora para mí sigue vivo y pienso en verlo el próximo fin de semana, no sé si él llegue como otras tantas veces, pero yo estaré puntual en el lugar de la cita, Luis sabe donde.