sábado, 19 de marzo de 2011

APRENDIZ DE SOÑADOR

Espero la salida de mi autobús y estoy cansado, hambriento, con ganas de llegar a Oaxaca y tirarme en la cama a dormir. Estas sensaciones me provocan recuerdos, algunos, ciertamente dolorosos. . .
Aquella noche del 10 de noviembre de 1973 era particularmente fría. Había quedado de verme con Alberto en la esquina que hacen las calles de Reforma e Independencia, frente a la Proveedora Escolar. Luego que bajé del camión caminé sobre Independencia hacia Reforma, a la altura de la Alameda sentí que el frío se intensificaba, se lo achaqué a los frondosos árboles de aquel remedo de bosque, aunque bien pudo ser el nerviosismo de encontrarme con aquel hombre.
Como muchos, Alberto fue un joven arrastrado por la fuerza del tsunami guerrillero de aquellos años. La situación política, económica y social de México, no daba mucho margen a la juventud: el país pasaba de una crisis a otra, como un viejo autobús transitando por una calle llena de baches. Después del “Milagro Mexicano”, la segunda mitad de la década de los sesenta fue una sangría para la clase media y para los trabajadores del campo y la ciudad. Las posibilidades de ascenso social estaban prácticamente canceladas y para colmo, el autoritarismo del PRI nos hacía vivir en cada elección municipal, estatal o federal, una farsa que encima, quería que aplaudiéramos, y con todo, ¡algunos lo hacían!
Para muchos el año de 1968 fue la última gran experiencia de lucha democrática; la masacre de estudiantes en Tlatelolco el 2 de octubre, demostró que el régimen no estaba dispuesto a ceder el poder de manera pacífica. Para algunos esa fue la señal para tomar las armas; Alberto fue uno de ellos.
La organización de Alberto fue labrada más con voluntad, que con experiencia o conocimientos. Brillantes jóvenes universitarios terminaron por abandonar las aulas para dedicarse en cuerpo y alma a la revolución. Siempre me sorprendió su capacidad de aprendizaje: política, historia, economía, biología, química, filosofía, etc., etc., pasaban por sus extraordinarios cerebros dejando frutos tangibles. El cuidado de sus cuerpos, alejados de los vicios, dedicados al ejercicio y al entrenamiento físico, los convertía en atletas en más de un sentido. En ocasiones hacían caminatas de 60 a 70 kilómetros sin parar, eran marchas de 12 ó 15 horas, después de la cuales, intentar quitarse los calcetines, implicaba el riesgo de llevarse con la tela, la piel quemada de la planta de los pies.
Si las dotes intelectuales y físicas de estos jóvenes me sorprendían, lo que me dejaba con la boca abierta era su calidad moral. Eran hombres de una sola pieza, sin dobleces y de trato amable. Personas incapaces de tomar algo que no les perteneciera, estaban dispuestos a quitarse el pan de la boca para dárselo al compañero más necesitado; gente que llevaba una vida sin lujos, que en algunos casos rayaba en la pobreza; sin embargo, nunca los oí quejarse de su precaria situación. Dialogar con el gobierno, ocupar un cargo público, ya no digamos recibir dinero o algún beneficio del Estado, era simplemente inadmisible; era mil veces preferible morir de hambre que aceptar algo del gobierno. Eran una especie de monjes guerreros. Comían de manera frugal, dormían poco y trabajaban demasiado: de día se ganaban la vida como obreros, de noche realizaban pintas, redactaban comunicados o daban instrucción marxista a jóvenes estudiantes, obreros y campesinos; por lo regular, la actividad terminaba en la madrugada, el sueño podía esperar. Nunca alardeaban de revolucionarios, llevaban una vida aparentemente tranquila y discreta, entregada a la causa.
Las actividades propagandísticas y de formación ideológica fueron cediendo su lugar a las acciones armadas. La policía y el ejército comenzaron a poner atención en sus actividades y se desató el infierno.
Los muchachos alegres y entusiasmados por la revolución, mudaron sus rostros por los de hombres serios, de ceño fruncido y mirada desconfiada. Poco a poco fueron cerrando su círculo para impedir la infiltración policiaca o la delación. La discusión política terminó siendo una parodia y la disciplina terminó siendo estrictamente militar; el proceso de descomposición había comenzado. Después vino lo peor: los ajusticiamientos internos, los enfrentamientos entre hermanos de causa, la deserción y la muerte, estuvieron cada vez más presentes.
La vida de esos hombres nada tiene que ver con la llamada izquierda de hoy, sin principios, sin formación ideológica, sin noción de partido, en fin, desclasada. Una “izquierda” que se vende por un plato de lentejas, que con el primer cheque que recibe del gobierno se siente reivindicada y por fin “miembro” de la clase dominante. Los integrantes de esa “izquierda” se vuelven asiduos clientes de restaurantes de lujo, mantienen las casas de sus amantes, afinan sus artes de la mentira y la hipocresía, la corrupción les envenena la sangre, pero al mismo tiempo los hace revolcarse de placer. Los he visto, conozco a algunos.
El temple de Alberto era otro. Esa noche me llevó pocos minutos llegar al lugar de la cita. Lo vi a media cuadra de distancia: envuelto en una gabardina café, se paseaba nervioso dando vueltas sin alejarse de la esquina de la Proveedora Escolar. Cuando me vio, pareció respirar tranquilo.
Avancé hacia él, le estreché la mano áspera y gruesa y me abrazó. Qué bueno que viniste – me dijo- la policía me persigue y tengo poco tiempo.
- Para qué soy bueno, repliqué con timidez.
- Mi esposa está embarazada, ve a mi casa por ella y ponla a salvo.
- Lo haré, le dije un poco asustado.
Volvió a abrazarme y se marchó, nunca más lo he vuelto a ver.
Al día siguiente muy temprano, fui a su casa, demasiado tarde. Uno de los vecinos me dijo que unos hombres armados se la habían llevado. Supuse que la policía esperaba que Alberto llegara a su casa para detenerlo y al no llegar, decidieron llevarse a su esposa. Mi búsqueda de la mujer de Alberto fue inútil. Desapareció, como desaparecieron y siguen desapareciendo cientos, quizás miles de personas inocentes.
Esta tarde, con los párpados pesados, con ojos cargados de noches a medio dormir, la espalda adolorida y el estómago vacío, me sentí transportado a esos tiempos, cuando fui aprendiz de soñador. Fueron años duros, pero buenos. Ahora sólo me duele haber preferido dormir aquella noche. Perdóname Alberto, donde quiera que estés: Morituri te salutant.

sábado, 12 de marzo de 2011

MUERTE Y CULTURA

Al pueblo japonés, con nuestra solidaridad en estos momentos difíciles.



Siendo un niño de apenas 8 años, mi madre me contó un día sobre un suceso extraordinario:
Una señora de la séptima sección de Juchitán, había resucitado después de haber sido declarada clínicamente muerta. El hecho no quedó en la ya de por sí extraordinaria resucitación. La señora, de quien no puedo recordar el nombre, y es mejor así, narró a sus familiares parte de su sobrenatural experiencia.
Les dijo que el lugar al que había ido, era luminoso, en él se respiraba una paz que la llenó de una absoluta tranquilidad. Muy lejos estaban el nerviosismo, las preocupaciones, los temores, todo aquello que nos angustia o entristece en la tierra. Se sorprendió al sentir una alegría interna que nunca había experimentado, y pronto se dio cuenta de que se debía a la cercanía de un personaje masculino al que no podía distinguir bien, pero que supo era Dios personificado ante ella. Fue él quien le dijo que su tiempo no había llegado y que debía regresar a su vida terrenal. Antes de volver en ella, reconoció la voz de una anciana muerta hacía meses, quien le dijo: “Dile a mi hija, que se les olvidó meter en mi ataúd la jícara que se usa para el baño diario. Es urgente que me la envíen, y deben aprovechar el próximo fallecimiento de una vecina de la sección.” La voz dio el nombre de quien habría de morir.

Me dijo mi madre, que la señora revivida corrió a casa de la hija de la anciana y le dijo lo que su madre le había indicado: que pronto moriría su vecina y debían aprovechar su partida para incluir la ansiada jícara de baño. Los hechos ocurrieron tal y como lo predijo la voz de la anciana muerta. Semanas después de los extraordinarios acontecimientos, mi madre vio en el mercado a la señora revivida y a su regreso me contó la historia.

Lejos de cuestionar la veracidad de estos hechos, me hacen pensar en la forma cuidadosa en como se preparan los muertos en Juchitán para su partida definitiva de este mundo. Hablo de mi experiencia personal, no pretendo generalizarla.

Mi abuelo murió el 21 de abril de 1970, yo apenas había cumplido quince años. Me levanté por la mañana, me preparaba para irme a la escuela cuando escuché gritos y llantos. Hacía meses que mi abuelo yacía en su lecho de enfermo, víctima de un mal hepático y de múltiples complicaciones. La noche anterior a su muerte, pidió levantarse. Lo sentaron en la hamaca y quiso fumar, acabado el cigarrillo pidió de cenar y comió con buen apetito, dijo que se sentía mejor. Pensamos que el abuelo salía de su trance; pero estábamos rotundamente equivocados.

Por la mañana del día siguiente, a la hora en que me preparaba para asistir a mi primera clase a las siete de la mañana, mi abuelo empeoró súbitamente. Su esposa, mi abuela, estaba junto a él tomándolo de la mano, le acariciaba la frente y le susurraba al oído algo que no alcanzaba a escuchar. Mi abuelo emitía un sonido ronco al respirar con dificultad, de pronto, estiró su cuerpo y expiró larga y lentamente.
Mi madre, que se encontraba de pie, junto a la cama, al darse cuenta de la muerte de su padre, gritó llorando y pataleaba sin resignación. En ese momento mi abuelo, inexplicablemente, abrió los ojos. Al darse cuenta de lo que sucedía, mi abuela conminó enérgica a mi madre:”¡Cállate, que no dejas morir en paz a tu padre!
Después, de la manera más amorosa que nunca he vuelto a ver, volvió a acariciar el rostro de mi abuelo al mismo tiempo que le decía en zapoteco: “ Duerme mi amor, duerme tranquilo, que yo me ocuparé de nuestro hogar y nuestros hijos.” Mi abuelo cerró los ojos y partió.

Yo estaba atónito, no queriendo enfrentar la muerte de mi abuelo, salí hacia la escuela; nadie notó mi ausencia, la tragedia ocupaba todo y a todos. Regresé a casa a las tres de esa tarde, el cuerpo de mi abuelo se encontraba tendido en su cama al pie de la Mesa del Santo ( Mesha Bidó); una especie de altar con reminiscencias prehispánicas. Antes, en todas las casas de Juchitán había, en el espacio central, una Mesha Bidó, ahora, parece que la costumbre se ha perdido y en lo que se llama sala, el único altar es el que se ofrece al televisor.

Habían vestido y arreglado al cadáver de mi abuelo, sólo faltaba colocarlo en el féretro. En Juchitán, tienen un cuidado especial al vestir al difunto; si es mujer, la tarea es aún más laboriosa, porque hay que maquillar a la persona sobre todo si murió joven; aunque he visto casos donde se ha maquillado a mujeres mayores. Además del arreglo personal del difunto, se depositan en su ataúd enseres básicos para el aseo y, de manera especial, algo de dinero y una vela para el viaje que se supone emprenderá.
Depositaron el cuerpo de mi abuelo en el féretro, colocaron las cosas de aseo y las necesarias para el viaje, después inició la marcha fúnebre rumbo al panteón municipal de Juchitán. Lo enterramos la tarde del día 22 de abril, para siempre.

Hace unos días vi la película “Violines en el cielo”(2008), del director japonés Yojiro Takita. El título original es Okuribito que significa partida. El filme trata sobre Daigo, un joven músico que toca el violoncelo (Mashahiro Motoki) y cuya orquesta es desintegrada quedando él, sin empleo. Daigo regresa entonces al pueblo que lo vio nacer y que verá nacer a su hijo, porque su esposa, está embarazada y él aún no lo sabe. Busca trabajo y encuentra una oferta en el periódico: solicitan personal para preparar a personas que partirán. Daigo piensa que es una agencia de viaje, solicita el empleo y se lo dan, en realidad es un trabajo de nokanshi, personas que practican el arte de preparar cadáveres para el viaje definitivo.

El Nokan es una arte funerario, herencia ancestral del shintoismo, que aún se practica en Japón. Consiste en un ritual en el que el nokanshi, desviste, limpia, viste y maquilla el cuerpo del fallecido, todo ante la mirada de sus familiares, y lo hace de tal manera, que ellos nunca ven el cuerpo desnudo del difunto y sí observan la forma exquisita, amable y respetuosa como el nokanshi toca, acaricia, el cadáver.

Son impresionantes las escenas de la película en las que el maestro de Daigo y después éste último, preparan los cuerpos para la partida. El filme combina, inteligentemente, humor, drama y amor, pocas películas han merecido el Oscar a la mejor película extranjera como “Violines en el cielo”, que recibió el premio de la academia de ciencias y artes cinematográficas en el 2009.

Daigo, el personaje principal, al principio se avergüenza y hasta sufre el rechazo de su esposa y amigos por su oficio; se ve tentado a renunciar, pero algo le dice que está llamado al servicio del Nokan, y lejos de abandonarlo, se integra a él, tanto, que cuando presta el servicio vive una experiencia casi mística que lleva a los deudos a postrarse de rodillas ante él, para agradecerle. El filme tiene una desarrollo equilibrado, la música de fondo acentúa de manera muy apropiada las escenas, la fotografía es excelente y el final inesperado .Todo hace que ver la película sea una experiencia inolvidable, lo invito a verla.

Cuando comencé a escribir este artículo, nada ocurría en Japón; como todo mundo ya sabe, el jueves 10, viernes para los japoneses, esa región del mundo sufrió un terremoto de intensidad catastrófica. Un Tsunami le siguió y muchos, no sabemos aún cuántos, han muerto. Por si todo esto no fuera suficiente, un desastre nuclear se avecina. Por desgracia, no habrá manera de despedir a los fallecidos como lo acostumbra la noble cultura nipona.

Los japoneses son un pueblo Samurai y han sorteado con sabiduría, valor y estoicismo muchas tragedias en su larga historia; no tengo la menor duda de que saldrán airosos de ésta. Para ellos nuestras condolencias y solidaridad.

samaeldobeela@aol.com

sábado, 5 de marzo de 2011

¿OAXACA EN LA REVOLUCIÓN?

Hace unas semanas concerté una entrevista con el diputado local Perfecto Quero Mesinas, para comentarle algunas ideas. Las propuestas tenían que ver con el centenario de la revolución (2010), misma que pasó sin pena ni gloria, pero sí con gastos que realizó el gobierno y que no quedan al parecer muy claros. Todo lo anterior, porque el año 1911 tiene una particular importancia para Oaxaca, debido a que fue en ese año en el que los movimientos revolucionarios se manifestaron con mayor intensidad en nuestra entidad, por lo que 2011 debería ser el año de la Revolución en Oaxaca y no sólo el 2010. Algunos amigos me dicen que sucede algo similar con el año de 1811.

Quería platicar con el mencionado diputado, sobre la importancia del movimiento chegomista en el Istmo (1911) y la conveniencia de que se realizaran algunas actividades públicas, con el propósito de que los oaxaqueños recordaran o conocieran de esos hechos y reflexionaran sobre ellos; después de todo, la historia alecciona y para la educación cívica de los niños y jóvenes estas cosas son de mucha utilidad. Desafortunadamente el señor diputado no asistió a la cita y ya nada se pudo tratar con él.

La Fundación Cívico Cultural A.C. de Juchitán, Oaxaca, propuso al Cabildo de aquel municipio, y deseaban hacer lo mismo con el diputado Quero Mesinas de la actual legislatura, que este año se honrara y difundiera la gesta chegomista; desde luego, esto era una propuesta a discutir; pero el sólo hecho de hacerlo en el congreso, le hubiera dado cierta relevancia y difusión. Lástima que no fue así.

Pasado el trago amargo, me enteré, hace sólo unos días, que el gobierno del estado, por medio de la Secretaría de Cultura, presentará el libro de Elisa Ramírez Castañeda: Cuarenta días que conmovieron al Istmo. Hemerografía, documentos y testimonios del movimiento chegomista. Juchitán 1911. (Gobierno del Estado de Oaxaca. Secretaría de Cultura. 2010, 485 páginas). La obra incluye un disco compacto con documentos electrónicos de diferentes fondos y archivos. Este libro fue editado y publicado por la administración de Ulises Ruiz, pero por alguna razón será presentado al público hasta ahora.

El título recuerda aquel de John Reed, “Diez días que conmovieron al mundo”, que es una crónica de los días en que se gestó la toma del poder en la Rusia zarista por el partido bolchevique, dirigido por Vladimir Ilich Ulianov, Lenin. El de Elisa Ramírez, es diferente, narra y presenta abundante documentación de la rebelión, contra el gobierno de Benito Juárez Maza, de ese controvertido personaje que fue José F. Gómez.

Elisa Ramírez pinta a un Che Gómez de carne y hueso con : intereses personales, pasiones, errores, virtudes y lo más importante, un fuerte compromiso con sus paisanos. Todos los actores son retratados con la crudeza que propicia el publicar cartas y telegramas confidenciales, reportes de una prensa que no siempre fue objetiva, documentos que a veces hacen dudar de su condición legal y todo se adereza con testimonios de personas que vivieron esos aciagos días. Los partidos Rojo y Verde, el gobierno del estado y el propio Madero, aparecen en medio de intrigas, titubeos, violencia y muertes. Las conclusiones y enseñanzas que se pueden derivar de lo que Elisa Ramírez nos presenta, es otro asunto; pero irresistiblemente, me lleva a comparar aquellos tiempos revueltos del régimen maderista, con lo que pasa hoy en Oaxaca.

En el gobierno de la alternancia y los mejores hombres, despachan en la administración gabinista importantes personajes del ulisismo. Una mezcla informe de grupos de interés invade las oficinas de gobierno. Los golpes bajos y las intrigas están al orden del día, los antiguos aliados amenazan con romper los compromisos asumidos con el actual gobernador y la Sección XXII del SNTE, no tardará en demostrarle a Cué, que no tiene amigos, sino intereses.

El gobierno no parece tener rumbo, un día anuncia una comisión para formular el plan de gobierno y al siguiente decide hacer foros de consulta. Otro día se le ocurre volver a convocar a otros foros de consulta para, ahora sí, elaborar el plan de gobierno, y al siguiente, el gobernador presenta un programa de desarrollo social, sin tener todavía un plan estatal. ¿Y los foros?

El director general del IEEPO declaró que la Auditoria Superior de la Federación encontró en Oaxaca posibles desvíos de recursos y que el gobierno tendrá que regresar el dinero, 40 millones de pesos de sueldos de comisionados en la Sección XXII que no se debieron pagar, y que ello los obliga a “una revisión a fondo de la presunta operación fraudulenta”.

Nadie le dijo al funcionario que ese problema tiene ya años de discutirse, no sólo por Oaxaca, sino por TODOS LOS ESTADOS DE LA REPÚBLICA, que reclaman a la federación que no fueron ellos quienes acordaron con el SNTE el tema de los comisionados sino la SEP, es decir el gobierno federal, y que ahora la ASF les finca responsabilidades que lesionan la economía de las entidades. ¿De dónde entonces la “revisión a fondo”? El gobierno no sólo parece no tener rumbo, sino una asombrosa falta de información sobre temas muy delicados del estado y por lo mismo hace declaraciones irresponsables.

Todo esto me lleva de regreso al Oaxaca de 1911, cuando los maderistas (algunos recién llegados al movimiento) con más entusiasmo que claridad, intentaban limpiar el gobierno de porfiristas. En todo el estado se denunciaba a éste o aquel personaje de ser un falso maderista, o un porfirista encubierto. Lo curioso del caso, es que en el gobierno del estado había varios distinguidos ex-porfiristas, que ahora hacían eco de las demandas de los maderistas de Oaxaca. Por otra parte, la relación con los empresarios extranjeros y los locales, casi no se modificó, algunos jefes políticos y presidentes municipales porfiristas, se declaraban ahora maderistas y “juaristas”, y exigían castigo o hasta muerte para quienes no deseaban democracia y soberanía para el pueblo y seguía rindiendo tributo, según ellos, al tirano ya en el exilio.

No afirmo que la historia se repite; pero me parece que esas coincidencias son suficiente razón para que nuestros diputados se interesen por los temas de nuestra historia. Algo se podría aprender y quizás hasta evitar errores del pasado. De cualquier manera, felicito a Elisa Ramírez Castañeda por la excelente obra que nos ofrece.