viernes, 12 de febrero de 2010

¡Haití!

Al perro más flaco se le cargan las pulgas, dice un dicho popular; Haití, uno de los países más pobres de América Latina, sufre la catástrofe originada por un gran sismo.
La capital, Puerto Príncipe, la ciudad misteriosa y fascinante descrita en los relatos de Alejo Carpentier, fue destruida por el terremoto. Miles de muertos y heridos ( se habla de más de cien mil), una población que sufre un dolor indescriptible por la pérdida de sus seres queridos, asustada, hambrienta y desconcertada, un gobierno prácticamente desaparecido, la violencia y el saqueo agravan la situación de emergencia: Haití se debate entre la vida y la muerte.
La historia de ese país es la de un pueblo que no parece encontrar su derrotero hacia la paz y el desarrollo. Lograda su independencia, no le fue posible construir un régimen democrático, las dictaduras, y las consecuentes luchas intestinas sembraron el terror, la destrucción y la muerte. Hace pocos años los organismos de paz de la Organización de Naciones Unidas intervinieron para intentar reestablecer el orden; las cosas parecieron mejorar, pero el sismo derribó las esperanzas.
El terremoto que azotó a Haití, mató a miles de hombres, mujeres y niños y el mundo entero se conmueve ante la magnitud de la desgracia. Las declaraciones de duelo y solidaridad no se hicieron esperar, la ayuda humanitaria comenzó a fluir hacia el país hermano; pero los alimentos, el agua, las medicinas y casi todo lo que ha llegado a Haití, no se ha podido entregar a los sobrevivientes porque no hay manera de hacerlo, la población ha debilitado tanto sus vínculos sociales que es incapaz de organizarse y afloran en ella los instintos más primitivos de supervivencia.
En el terremoto de 1989, que asoló al Distrito Federal en nuestro país, la sociedad se organizó ante un gobierno azorado que no acertaba a actuar; se iniciaron los rescates y comenzó a darse el apoyo a los damnificados. Esta acción autogestionaria de la sociedad civil en México, no se observa en la devastada Haití.
A la pobreza de Haití se agrega su debilidad social. Es un pueblo golpeado por la crisis económica, sangrado por sus dictaduras, con frágiles instituciones políticas y una sociedad amorfa.
Un pueblo vulnerable, lo es por muchas causas, pero quizás la más grave sea el debilitamiento de sus vínculos sociales. Cuando una catástrofe natural o de cualquier tipo, se ensaña contra un pueblo, la fortaleza de sus vínculos sociales, expresada en sus instituciones, su capacidad de organizarse, su experiencia comunitaria y capacidad de acción concertada, lo hacen menos vulnerable; cuando la situación es la contraria, pasa lo que hoy vemos en Haití.
Haití provoca hoy en mí varios sentimientos: uno de consternación y duelo por la suerte de millones de personas y otro de preocupación egoísta: ¿A qué grado se han debilitado en México los vínculos sociales? ¿ Seremos capaces de afrontar con integridad un desastre similar o cualquier otro, de naturaleza distinta, pero de efectos parecidos?
Lo que sucede en Haití arroja varias lecciones: un pueblo debilitado en sus vínculos sociales, no puede aprovechar la ayuda externa en una situación de emergencia; por tanto la estrategia de ayuda humanitaria internacional debe revisarse. En las anteriores circunstancias, hay que atribuirle a los fenómenos naturales, el carácter de factores sociológicos, pues son capaces de provocar cambios drásticos en la sociedad. En México, si llegamos a una situación parecida a la de Haití en el debilitamiento del vínculo social, un terremoto, una sequía o una epidemia, pueden provocar una revuelta social, como ha sucedido en otros momentos de nuestra historia.
No tenemos mucho tiempo para prepararnos, porque los fenómenos naturales, a diferencia de los económicos o políticos, son azarosos e implacables. Debemos comenzar ahora.

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