domingo, 10 de enero de 2010

CUANDO EL PASADO NOS ALCANCE

Hemos llegado al 2010 y cobran fuerza las profecías. La historia muestra que casi todas las naciones en crisis, presentan el mismo fenómeno: el hartazgo social se sublima en evangelios o se expresa en amargas profecías. En México sucede algo similar, los profetas de la revolución anuncian la insurrección armada del pueblo; no se dan cuenta que el levantamiento popular comenzó hace diez años.
La guerra que vivimos en estos tiempos, ciertamente es la expresión de la lucha violenta contra el crimen organizado; pero no hay que perder de vista que quienes hoy toman las armas contra el ejército nacional, son mexicanos que al parecer no vieron otra alternativa que la ilegalidad y hacer la guerra a las instituciones. Es parte del pueblo en armas, que combate sin el romanticismo de la revolución, es una lucha contra el crimen que toma la forma de guerra civil. Nuestros profetas no están equivocados, sólo predican con retraso.
Nadie niega la necesidad de combatir al narcotráfico y someterlo al orden constitucional, pero debemos reconocer que quienes mueren del otro lado, son mexicanos y que es doloroso que muera uno sólo de nosotros, por la razón que sea. De modo que urge superar esta situación de violencia y muerte, y para ello necesitamos de un gobierno fuerte, legitimado sin sombra de duda y ciertamente al servicio de todos los mexicanos.
La crisis económica no es la mejor condición para resolver el problema del narcotráfico, ni ningún otro. Las medidas adoptadas por el gobierno federal no son una solución para el pueblo, sino para que una minoría pueda sortear la crisis económica a expensas de los demás. Está más que documentado que existen formas de superar la situación que actualmente vive el país, lo que no hay es voluntad de resolver las dificultades con base en el bien común. Por eso, entre otras cosas, es necesario transformar el sistema político, de manera que lleguen al gobierno y sean representantes del pueblo, nuestros mejores hombres y mujeres.
Si se realizara la reforma política, nos quedaría aún el problema de la eticidad en dicha actividad. Este es un asunto que se resuelve con una educación de nuevo tipo, pero no podemos, por ahora, más que confiar que existen hombres y mujeres con la moral necesaria para poner en movimiento las potestas de las que habla Enrique Dussel ( Política de la liberación. Vol. II. Ed. Trotta.2009)
Pero una transformación política sin contenido, es como un barco sin rumbo, que cuenta con un buen capitán y una tripulación experta; pero sin la menor idea del puerto en el que habrán de atracar. Es por tanto también necesario, darle contenido a la reforma política, dar respuesta a la pregunta: ¿Qué país queremos?.
La revista Nexos publicó en su último número, los resultados de una encuesta en la que se le pregunta a los mexicanos qué tipo de país les gustaría que fuera México. Por la ingenuidad y lo irrelevante de sus resultados, no me parece de interés comentar las conclusiones del estudio; sólo diré que esa no es la forma de hacer las cosas; sin duda hay otra, a la que me referiré enseguida:
Desafortunadamente, la mayoría de los mexicanos, agobiados por la pobreza y la marginación, resumen su sentir en la necesidad de seguridad, alimento, salud y tal vez educación; es decir, lo que cualquier persona de cualquier país querría para sí y para su familia. Esos mexicanos no tienen tiempo ni paciencia para diseñar el sistema social que sería capaz de dotarlos de todo aquello que necesitan, esa es tarea de los hombres y mujeres ilustrados de México, en ellos cabe delegar esa función en la medida en que se comprometan a hacerlo por el bien común.
Hoy que los festejos del bicentenario de la Independencia nacional y el centenario de la Revolución de 1910 se iniciarán, bien podría realizarse un programa conmemorativo sobre tres ejes: un programa nacional anticrisis, un frente nacional por la transformación del sistema político y un proceso de reflexión histórica sobre nuestra independencia nacional y la revolución social.
La primera tarea le corresponde al gobierno y a quienes actúan en el campo de lo económico, la segunda al pueblo organizado y a quienes se asumen como sus representantes y la última a los intelectuales del país.
La reflexión histórica sobre la independencia y la revolución, debe orientarse hacia la formulación de un balance del estado que guarda la nación después de doscientos años de independencia y un siglo de revolución, y las perspectivas que se nos presentan para cumplir con los objetivos planteados para México desde esos dos procesos históricos, que son mediados, además, por la construcción de la república liberal juarista.
Es esa una tarea difícil y compleja; pero impostergable. Si el 2010 es un año definitivo, lo es por la necesidad de construir un proyecto de nación que le dé sentido y coherencia a nuestro desarrollo y no por la fatalidad de una insurrección social, que como he dicho, ha iniciado ya en cierta forma.
En Oaxaca, las comisiones públicas de los festejos de la independencia y la revolución deberían propiciar un programa con la orientación señalada, de lo contrario, bastará con algunos juegos florales, dos o tres publicaciones y un concurso de oratoria para que se den por satisfechos. Todo habrá sido en vano.
Si por el contrario asumen, desde la función pública, un compromiso con los dos procesos históricos que pretenden celebrar, al menos tendrían que incluir los dos últimos ejes del programa propuesto. Los profesionistas, intelectuales, artistas, las universidades e institutos de educación superior y las organizaciones sociales, tienen mucho que aportar a la luz de lo que significan la independencia y la revolución mexicanas. Este año del 2010, podemos aprovecharlo para formular el proyecto de país que anhelamos, acotado por lo que nos dice la experiencia de nuestra propia historia.
Cuando sepamos servirnos de la historia para comprender nuestro presente y potenciar nuestra capacidad para diseñar el futuro, cuando el pasado nos alcance en nuestro alocada huida hacia un futuro incierto, los mexicanos seremos un pueblo poderoso y justo, capaz de construir una gran nación, rica, equitativa e independiente. Oaxaca tiene mucho que hacer en todo esto.

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