lunes, 8 de marzo de 2010

LEED A DA JANDRA

Hace unos días, un amigo mío me comentaba que las empresas transnacionales han iniciado una masiva contratación de filósofos expertos en ética, para integrar sus políticas en función de algunos valores que eleven la venta de sus productos, de sentido a sus empresas y hagan más rentables sus inversiones. Es una lástima que esa estima por la filosofía y los filósofos no haya llegado a la política.
No creo exagerar si afirmo que en México nuestra adolescente democracia no madura a causa de que la mayoría de los políticos de nuestro país sienten un profundo desprecio por la filosofía. Incluso algunos intelectuales, científicos y artistas, piensan que la filosofía es una actividad estéril y su producto letra muerta. No hay nada más equivocado. La filosofía es ahora más necesaria que nunca, como práctica vital, como reflexión crítica de la realidad, cómo método para integrar el conocimiento y como forma de potenciar la felicidad humana. No hay nada que ilumine más la inteligencia y el quehacer del hombre, que la filosofía.
Todo esto viene al caso, porque el filósofo, novelista y ensayista Leonardo Da Jandra ha publicado recientemente un libro por demás interesante: La Gramática del Tiempo (2009), editado por esa empresa que dignifica a Oaxaca: Almadía.
El nuevo libro de Da Jandra, no es sólo un ensayo filosófico, es además una filosofía vital que se construye en el ámbito del ser oaxaqueño: costeño para ser más precisos. La lectura de este libro es obligada para iluminar nuestras conciencias y darle sentido a nuestro ser y quehacer.
Da Jandra es un autor cuyas novelas ( Entrecruzamientos, Huatulqueños, Samahua, Bajo un sol herido y la más reciente, Almadraba) describen con una prosa tersa la vida en la costa oaxaqueña y las aventuras de personajes fascinantes; pero que no nos engañe el divertimento novelesco de este autor; la obra de Da Jandra no debe leerse con inocencia recreativa. Hay que advertir que la lectura de su obra, y más aún de sus ensayos, exige paciencia y reflexión; pero tenga el lector la seguridad de que quedará no sólo satisfecho y agradecido, sino con el ánimo de emprender su propia búsqueda filosófica.
No he querido reseñar el reciente libro Leonardo de Da Jandra, sino avanzar en algunos conceptos que facilitarán su lectura y creo que la del resto de su obra. Véanse estas notas como primeras hipótesis para una lectura reflexiva de sus textos.
La primera dificultad en la lectura y el estudio de un filósofo vital es su proximidad. La cercanía hace difícil que coincidamos al observar un mismo hecho u objeto, a los que no juzgamos con el mismo criterio porque la contemporaneidad nos obliga a posicionarnos de inmediato ante la vida y surge la diferencia de perspectivas. Cuando se reencuentra al objeto de observación, tan familiar para nosotros, en el discurso o en el texto de un filósofo vital, surge primero el desconcierto, después la duda, porque es difícil aceptar que habiendo estado en el mismo tiempo y en el mismo espacio, alguien haya observado todo de manera tan distinta a nosotros: se niega el lector a la seducción del filósofo. Cuando el lector comprende que el filósofo no pretende seducirlo y que lo que expone es tan sólo su experiencia de la vida, la duda se convierte en admiración; pero el lector debe ir más allá si quiere acercarse al filósofo con la misma sana intención que aquel lo hizo con él. Ese ir más allá es identificarse con el filósofo y aprender a cazar con él, es decir, someter a crítica el texto que se le propone, e iniciar por cuenta propia la práctica de la filosofía vital.
Lo primero es preparar la red para la pesca, lo que significaría para nosotros lectores de un filósofo vital, construir un modelo que permita una lectura crítica del texto. Cuando escribo “crítica”, me refiero a construir una instrumento analítico que permita distinguir lo esencial de lo accesorio, para después profundizar en la comprensión de las propuestas del autor. Luego vendrá la discusión de lo justificable de sus aseveraciones y por tanto someter a análisis la manera en como construye sus conceptos y obtiene sus conclusiones.
Leonardo Da Jandra pretende analizar la forma en como el tiempo y el espacio determinan al sujeto en su comprensión y actuar en el mundo. Este análisis obedece a un objetivo más ambicioso: vivir. Pero no vivir de cualquier manera, sino vivir como un poner en práctica la razón a partir de ubicarse en el mundo. Uno no puede ubicarse en el mundo “en general”, eso es imposible, uno se ubica en el mundo de manera muy específica, comprender esa especificidad en términos de uno mismo en su relación con los demás y el entorno, es establecer una ubicación, un punto desde el cual se puede observar el mundo y filosofar viviendo. Da Jandra se ubica en Huatulco, en un tiempo preciso y en relación con un entorno particular y personas específicas, de aquí pretende asumir un compromiso a partir de su ubicación y ello desencadena su reflexión filosófica.
Da Jandra sabe que asumir un compromiso y cumplirlo, requiere de tomar constantemente decisiones. Tomar una decisión es adoptar por una, entre múltiples opciones. Cuando uno toma una decisión en función de un compromiso adoptado, uno no sabe si ha decidido bien o mal; es decir, si la decisión lo llevará a uno a cumplir con el compromiso o alejarse de él, eso es lo aterrador de la vida, uno no puede anticipar los hechos que vendrán una vez que uno toma una decisión. Para el filósofo vital, tomar una decisión es muy importante porque deriva de la necesidad de cumplir con un compromiso, una vez que se ubica en el mundo y es sólo mediante la decisión que se puede actuar para cumplir con lo propuesto. La decisión es la compuerta que se abre al torrente de la acción. Aquí hay que detenerse un poco. Para Da Jandra no todo hacer es acción. Un hacer adquiere la categoría de acción sólo si es resultado de un compromiso, que implica una decisión, lo demás es un hacer caótico, que no lleva a ningún lado. El concepto de DECISIÓN es nodal en el pensamiento de Da Jandra.
La vida actúa, es decir, es una acción que no requiere una decisión porque obedece a un orden superior; pero es una acción que tiene un límite: la muerte. Entre el nacimiento y la muerte transcurre el río de la vida, y el ser humano está inmerso en ese río que es la vida y para que su ser se deje sentir en ella, debe procurar su propia acción, que es la manera en como su “movimiento” se distinguirá en el “movimiento del río de la vida”. Pero ese actuar requiere de una decisión, que a su vez exige una ubicación previa. Volvemos al concepto de decisión. Para Da Jandra, el tiempo adquiere estructura y sentido para el ser humano, a partir de la decisión. Cuando el ser humano toma una decisión se puede distinguir un pasado, un presente y un futuro, si no toma una decisión no hay un antes ni después porque no hay un referente que haga posible esa distinción, sólo un presente, en el que el sujeto confunde el tiempo de la vida con el tiempo de su propia existencia, su vida, así, es más vegetal que animal.
Pero es indudable que uno tiene conciencia del pasado, del presente y del futuro; en efecto, porque querámoslo o no, hacemos cosas, que implica distinguir entre esas cosas para actuar sobre ellas, pero casi nunca lo hacemos como el filósofo vital, en función de un compromiso. Cuando hacemos cosas en el mundo, tomamos conciencia del pasado, porque nuestro actuar marca un hito en el tiempo: antes de hacer las cosas y ahora que las estamos haciendo, pero ese pasado se nos muestra amorfo, desordenado, sin sentido. ¿Qué relación tiene ese pasado con lo que estamos haciendo? Es muy probable que no tenga ninguna relación, porque ese pasado es el producto del transcurrir de la vida, no de nuestra existencia. El pasado sólo adquiere sentido y orden cuando lo vinculamos con nuestra existencia y ese vínculo sólo se da cuando el sujeto es capaz de tomar decisiones, que insisto, sólo lo son, en sentido estricto, en función de un compromiso.
Cuando el filósofo vital toma una decisión, su pasado adquiere sentido normativo, es decir, descubre la capacidad de que los hechos del pasado regulen su presente y lo orienten en sus decisiones. El origen de esa normatividad que viene del pasado está en el Mito, otro concepto nodal del pensamiento de Da Jandra. Antes de la historia, antes del tiempo existencial, están los mitos cosmogónicos en los que los dioses representan desde su divinidad, la tragedia humana. Cuando los dioses se ubican y toman decisiones, se convierten en héroes, el heroísmo es otro concepto nodal en Da Jandra. Héroe es aquel que asume su compromiso en la adversidad, veremos después que la adversidad es lo que se opone a lo utópico, pero que, al contrario del pensamiento dicotómico, Da Jandra postula la complementariedad de los opuestos: Utopía y adversidad se complementan. Cuando el dios-héroe lucha contra la adversidad, deviene un nuevo orden en el cosmos o se somete trágicamente al preexistente. En los mitos cosmogónicos encontramos la expresión decantada del compromiso que debe ser actualizado en el rito. Cuando los seres humanos ritualizamos los mitos, vinculamos al presente con el pasado.
Este vínculo proyectivo, este actualizar al mito en el presente, mediante el rito, es lo sagrado. El ser humano en su presente, se sacraliza cuando reproduce la cosmogonía original; por eso existir sin ese vínculo con el mito actualizado, es profanar el presente. Lo profano entonces, deriva de la falta de compromiso y por tanto de la incapacidad para tomar decisiones que deriven en una acción heroica. La acción heroica lo es no sólo en tanto afronta una adversidad, sino en tanto que lo hace reproduciendo el mito, actualizándolo en un ritual que evoca la cosmogonía original: ser héroe es reconstruir el cosmos, establecer un nuevo orden, cuando ese nuevo orden se piensa para los demás y para el entorno, no es ya futuro, sino posteridad.
Pero ¿ qué es la posteridad? La posteridad es el compromiso realizado, pero para que el compromiso se cumpla, media la decisión y la acción del sujeto, es decir, es todavía un deseo no realizado, es un bien que no tiene aún lugar en el espacio, sólo se intuye en el tiempo estructurado de manera sagrada, es decir, es una Utopía.
Llegamos ahora al concepto de espacio. Espacio y tiempo son dimensiones que se determinan mutuamente e independientemente, por ahora, no importa discutir si son dimensiones internas al sujeto o externas a él, lo indudable es que constituyen el medio en el que se desarrolla su existencia. Ya vimos cómo se estructura el tiempo a partir del compromiso, la decisión y la acción, veremos ahora cómo se significa el espacio.
El espacio comienza a estructurarse en la existencia a partir de la ubicación del sujeto, de la autoconciencia de su estar en un lugar particular, rodeado de seres específicos, orgánicos e inorgánicos. Sin la ubicación filosófica, el espacio es sólo una dimensión en la que se da la simultaneidad de las cosas posicionadas en él. Cuando el filósofo vital se ubica, asume un compromiso e inicia su acción, es capaz de distinguir entre espacios sagrados y espacios profanos, esta es la forma en como se estructura el espacio desde una existencia heroica.
Un espacio sagrado puede ser una geografía que participa en el mito: un locus de los dioses. De esta manera, es posible identificar una montaña, una cueva, un tipo de planta, un río etc., que tomó parte en un mito cosmogónico, que fue el escenario de la acción de los dioses.
El espacio sagrado puede delimitarse a partir del rito, representación litúrgica del mito cosmogónico. El espacio entonces es la identificación de un topos, animal o planta asociado con el origen del mundo considerado como orden; o puede darse como la delimitación de un área ritual.
En el tiempo presente el espacio sagrado se estructura a partir de la proyección del pasado en el sujeto, quien actualiza al mito sacralizando la acción. La totalidad que constituyen el tiempo (pasado, presente y futuro) y el espacio sagrado, se complementa con la decisión acción del sujeto; a esa totalidad así estructurada, la denomina Da Jandra Estado de Naturaleza.
Al Estado de Naturaleza le corresponde su contrario: el Estado de Derecho. Si el estado de naturaleza es la expresión de la articulación de tiempo y espacio sagrados, en las que se da la acción del sujeto, el Estado de Derecho es la expresión del espacio profano que ahora recibe el nombre de Territorio. El territorio es por excelencia el espacio profano, el que desarticula la relación proyectiva pasado-presente-futuro. Al quedar el tiempo desarticulado en la percepción del sujeto, sólo queda el presente.
El territorio es un espacio en el que el mito cosmogónico ya no es reconocido en la geografía del lugar, ningún rito tiene ya validez para la regulación de la interacción naturaleza-humano o humano-humano; eso corresponde al derecho, quien norma ahora el área del quehacer humano y la profana. El derecho no se vincula con el mito, sino con la historia. Historia y mito son dos caras del pasado que se oponen pero que sin embargo se complementan al constituirse como referencias del quehacer humano.
¿Cómo logra estructurarse el Estado de Derecho? O mejor aún: ¿Cómo logra desestructurarse el tiempo (pasado-presente-futuro) dando lugar al Estado de Derecho? Según Da Jandra, al regular el derecho la vida de los hombres en un territorio, les resta capacidad de decisión y por tanto capacidad de comprometerse con ellos, con los demás y con su entorno. Quien aplica la ley se convierte en el único decidor: el legislador se vuelve ejecutor y el ejecutor tirano, porque a partir de que impone su voluntad, ejerce el poder y trata de eternizarse en él, para lo cual, le resta a los demás su capacidad de decidir convirtiéndolos en masa. La masa es el conglomerado humano que no tiene estructura de tiempo ni de espacio, que ha perdido su capacidad de decidir y se guía ahora por su instinto, por sus temores, por sus ansias, en resumen, por su animalidad.
Al Instituirse el Estado de Derecho como oponente y complemento del Estado de Naturaleza, queda montado el escenario de la sociedad moderna, escenario en el que se vive la tragedia del ser humano presentáneo, determinado por la tensión entre ambos estados, tragedia, porque la agonía moderna del hombre es en absoluto inevitable.

Estas notas no agotan un posible marco de referencia para la lectura de la obra de Leonardo Da Jandra, con ellas pretendo mostrar la necesidad de una lectura sintomática (Althusser) de este autor que le da a Oaxaca el privilegio de ser el referente espacio-temporal de su obra.
Mi deseo es que los lectores inteligentes se acerquen a los textos de Da Jandra y tengan la oportunidad de iluminar sus conciencias y comprometer sus voluntades a la luz de esta filosofía vital.

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